Hoy se recuerda a San Abel, quien sorprendió con su respuesta a las calumnias de un obispo

Hoy se recuerda a San Abel, quien sorprendió con su respuesta a las calumnias de un obispo
San Abel. Crédito: Dominio Público - Wikimedia Commons

El 5 de agosto se conmemora a San Abel, quien siendo Arzobispo en Francia sufrió múltiples ataques y calumnias de otro prelado que ambicionaba su puesto. El santo padeció mucho y respondió a las afrentas de una manera inusual.

Se tienen muy pocos datos de la vida de San Abel, pero la tradición indica que nació en Reino Unido. Según el libro Vidas de los santos de Alban Butler, el santo fue a evangelizar a la región europea de Flandes, lo que hoy es Bélgica con partes de Francia y Países Bajos.

Por ese entonces había un líder militar llamado Carlos Martel (martillo), abuelo de Carlomagno. Él gozaba de gran prestigio, porque había liderado la batalla de Poitiers (732 d.C.), en Francia, donde se detuvo la expansión musulmana en la Europa cristiana.

De acuerdo a la Conferencia Episcopal de Francia (CEF), Martel también era un ambicioso de los bienes eclesiásticos. Por ello nombró a abades y obispos que le pasaban parte de las rentas eclesiásticas.

Su hijo Pipino el Breve, al subir al trono por la muerte de su padre, se decidió a corregir la corrupción. Es así que la Iglesia retiró al Obispo Milo, quien siendo Prelado de Tréveris había usurpado Reims, y nombró a San Abel como Arzobispo de Reims.

Butler indica que el santo era alguien lleno de virtudes y gran conocedor de las Escrituras. Además, gozaba de una buena reputación, confirmada en muchos testimonios.

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No obstante, el obispo Milo le hizo la vida imposible a San Abel. Se dice que lanzó contra él falsas acusaciones, calumnias, robos y que incluso intentó matarlo. 

San Abel soportó todos estos sufrimientos por tres años y, en vez de responder a las afrentas, decidió retirarse a un monasterio en Lobbes (Bélgica). Algo poco usual en el clero y distinto a su legal predecesor, el gran San Rigoberto, quien sufrió destierro, pero volvió a Reims para morir en su diócesis.

Sin embargo, el episcopado francés indica que con esta acción San Abel entregó a la Iglesia su oración "para compensar lo que no pudo darle a través de su ministerio episcopal".

El pacífico monje San Abel, en medio del silencio y de lo escondido con el Señor, siguió creciendo en santidad hasta que partió a la Casa del Padre un 5 de agosto del 770.

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