Dentro del grupo de hombres apresados estaba Benjamín, quien sería golpeado y luego enviado a prisión. El futuro mártir pasaría encerrado por un año, pese a no haber participado en el incendio. Ni los barrotes ni las paredes fueron excusa para dejar de hablar de Cristo. Benjamín no se arredró y siguió predicando, aun cuando fuese puesto en el más oscuro lugar de la prisión. Para él, la luz de Cristo era siempre capaz de iluminar las almas.
Es imposible callar a Dios
Gracias a la buena fama de Benjamín, el emperador romano de Oriente, Teodosio II, envió un embajador desde Constantinopla para que intercediera por su libertad.
El diácono fue liberado, pero a condición de abstenerse de predicar la religión, algo que para él era imposible cumplir. Benjamín continuó sirviendo a la comunidad cristiana hasta que fue nuevamente detenido.