Queridos hermanos, que no nos pase esto; ayudémonos a no caer en la trampa de contentarnos con pan y poco más. Porque este riesgo sobreviene cuando la situación se normaliza, cuando nos estabilizamos y nos acostumbramos, aspirando a mantener una vida tranquila. Entonces, a lo que se apunta no es más a «la libertad que tenemos en Cristo Jesús» (Ga 2,4), a su verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32), sino a obtener espacios y privilegios. Que, según el Evangelio, es "pan y poco más". Aquí, desde el corazón de Europa, nos preguntamos: nosotros cristianos, ¿hemos perdido un poco el ardor del anuncio y la profecía del testimonio? ¿Es la verdad del Evangelio lo que nos hace libres o nos sentimos libres cuando conseguimos zonas de confort que nos permitan organizarnos y seguir adelante tranquilos sin mayores consecuencias? E incluso, contentándonos con pan y seguridades, ¿no habremos perdido tal vez el impulso en la búsqueda de la unidad implorada por Jesús, unidad que ciertamente exige esa libertad madura de decisiones fuertes, de renuncias y sacrificios, pero que es la premisa para que el mundo crea? (cf. Jn 17,21). No nos interesemos solamente de lo que puede beneficiar a nuestras comunidades particulares. La libertad del hermano y de la hermana es también nuestra libertad, porque nuestra libertad no es plena sin él y sin ella.
Aquí la evangelización ha surgido de manera fraterna, llevando impreso el sello de los santos hermanos de Tesalónica Cirilo y Metodio. Que ellos, testigos de una cristiandad todavía unida e inflamada del ardor del anuncio, nos ayuden a proseguir en el camino cultivando la comunión fraterna entre nosotros en el nombre de Jesús. Por otra parte, ¿cómo podemos desear una Europa que vuelva a encontrar las propias raíces cristianas si somos nosotros los primeros desarraigados de la plena comunión? ¿Cómo podemos soñar una Europa libre de ideologías, si no somos libres para anteponer la valentía de Jesús a las necesidades de los distintos grupos de creyentes? Es difícil exigir una Europa más fecundada por el Evangelio sin advertir el hecho de que en el continente aún no estamos unidos plenamente entre nosotros, y sin preocuparnos unos de otros. Cálculos de conveniencia, razones históricas y vínculos políticos no pueden ser obstáculos inamovibles en nuestro camino. Que nos ayuden los santos Cirilo y Metodio, «precursores del ecumenismo» (S. JUAN PABLO II, Carta enc. Slavorum Apostoli, 14), a prodigarnos por una reconciliación de las diversidades en el Espíritu Santo; por una unidad que, sin ser uniformidad, sea signo y testimonio de la libertad de Cristo, el Señor que desata los nudos del pasado y cura del miedo y las inseguridades.
En su tiempo, Cirilo y Metodio hicieron posible que la Palabra divina se encarnara en estas tierras (cf. Jn 1,14). En esta perspectiva, quisiera compartir con ustedes dos sugerencias, consejos fraternos para difundir el Evangelio de la libertad y de la unidad hoy. El primero se refiere a la contemplación. Un carácter distintivo de los pueblos eslavos, que ustedes tienen que conservar juntos, es el rasgo contemplativo, que va más allá de las conceptualizaciones filosóficas e incluso teológicas, a partir de una fe experiencial, que sabe acoger el misterio. Ayúdense a cultivar esta tradición espiritual, que Europa tanto necesita; en particular tiene sed de ella el Occidente eclesial, para volver a encontrar la belleza de la adoración de Dios y la importancia de no concebir la comunidad de fe principalmente sobre la base de una eficiencia programática y funcional.