El término usado por Pablo, para indicar el calzado de quien lleva el Evangelio, es una palabra griega que denota prontitud, preparación, presteza. Es lo contrario de la dejadez, incompatible con el amor. De hecho, en otra parte Pablo dice: "con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor" (Rm 12,11).
Esta actitud era lo que se pedía en el Libro del Éxodo para celebrar el sacrificio de la liberación pascual: "Así lo habéis de comer (el cordero, se entiende): ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis deprisa. Es Pascua de Yahveh. Yo pasaré esta noche" (12,11-12a).
Un anunciador está preparado para partir, y sabe que el Señor pasa de forma sorprendente; por tanto, debe estar libre de esquemas y predispuesto a una acción inesperada y nueva. Preparado para las sorpresas. Quien anuncia el Evangelio no puede estar fosilizado en jaulas de plausibilidad o en el "siempre se ha hecho así", sino que debe estar preparado para seguir una sabiduría que no es de este mundo, como Pablo dice hablando de sí mismo: "Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (1Cor 2,4-5).
Así es, hermanos y hermanas, es importante tener esta prontitud a la novedad del Evangelio, esta actitud que es un impulso, un tomar la iniciativa, un "ir primero". Es no dejar escapar las ocasiones para promulgar el anuncio del Evangelio de paz, esa paz que Cristo sabe dar más y mejor de como la da el mundo.