19 de diciembre de 2025 Donar
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Abandonada a orillas del mar, transformó el dolor en esperanza: Sor Catalina avanza hacia los altares

Imagen referencial / Playa de Sabaudia./ Crédito: Flickr Dorli Photography (CC-BY-NC-ND-2.0)

El Papa León XIV aprobó este jueves las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Doménica Catalina del Espíritu Santo, fundadora de la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Pequeña Casa de la Divina Providencia, cuya sencilla vida, desconocida para muchos, fue una continua prueba de confianza en el Señor.

La infancia de Catalina, bautizada en 1822 en la ciudad italiana de Né con el nombre de Teresa Solari, no estuvo exenta de dificultades. Su madre, Angela Maria Rissetto, falleció cuando ella tenía tan sólo tres años y pronto su padre y su madrastra la consideraron “un peso” del que tenían que hacerse cargo.

De ambos recibió malos tratos e incluso, según relataba con sencillez más tarde la propia Catalina, fue abandonada a orillas del mar. Sin embargo, “Dios la salvó” y fue acogida por una tía suya, quien le dio la oportunidad de pastorear ovejas.

En la soledad y el silencio que reinaba en su labor como pastora, comenzó a sentir una fuerte presencia de Dios, lo que le llevó hasta las Hijas de María Santísima del Huerto, en la ciudad de Chiávari, junto a quienes descubrió su vocación: ayudar a la niñas que, como ella, habían quedado huérfanas. 

Aquejada por varias enfermedades fue ingresada en el Hospital de Chiávari y más tarde trasladada a Génova. Incluso, según narra el sitio web de santos y beatos italianos, habiéndose constatado su fallecimiento, fue trasladada al depósito de cadáveres. Sin embargo, una amiga que fue a velar su cuerpo se dio cuenta de que respiraba y que seguía aún con vida. 

Veía en las huérfanas el rostro de Cristo

Un providencial encuentro con la italiana Antonietta Cervetto, con quien compartía la vocación de ayudar a niñas huérfanas, dio lugar en 1863 —tras superar numerosas dificultades— a la primera Pequeña Casa de la Divina Providencia, donde llegaron a atender a 30 jóvenes en dificultades.

Continuamente llegaban solicitudes de personas que querían ser acogidas, pero no había posibilidad de alojarlas. Para dar alojamiento a todas las chicas, tuvieron que trasladarse a la planta baja del palacio de Villa Spinola, en Génova, donde se alojaron cerca de un centenar de niñas, en quienes Teresa veía el rostro de Cristo. A pesar de la pobreza y dificultades, siempre llegaban ayudas de la providencia. 

El sacerdote dominico Vincenzo Vera fue un estrecho colaborador de ambas fundadoras y tuvo un papel decisivo en el desarrollo de la Pequeña Casa, dándole “un alma dominica” y ayudando en la formación. 

El 4 de junio de 1870, Teresa tomó el nombre de Sor María Doménica Catalina del Espíritu Santo, y su compañera Antonietta se convirtió en Sor Rosa de Santa María. El 30 de abril de 1871 ambas emitieron los votos religiosos. La comunidad obtuvo el reconocimiento de derecho diocesano el 25 de marzo de 1879 y en 1911 pasó bajo la jurisdicción de la Orden Dominica.

Sor Catalina falleció de una bronquitis a los 85 años, el 7 de mayo de 1908. Durante cuatro días hubo en la ciudad peregrinaciones de religiosas, alumnas, sacerdotes y ciudadanos de toda clase social para honrar su memoria y rezar por su alma.

Tras su muerte, el Maestro General de los Dominicos, el Beato Hyacinthe-Marie Cormier, destacó “su confianza en Dios, la paciencia en las dificultades, su prudencia y discreción y aquella amabilidad de carácter con la que se entregaba a todos”. 

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En 1990, la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Pequeña Casa de la Divina Providencia se unió a las Dominicas de Santa Catalina de Siena, continuando el compromiso contra la marginación a través de la educación y la asistencia a las jóvenes.

El Dicasterio para las Causas de los Santos destaca que la esperanza cristiana permitió a Sor Caterina “permanecer firme en los numerosos momentos de prueba, abandonándose con confianza a la Divina Providencia”. 

El dicasterio vaticano subraya también la fortaleza con la que se enfrentó a acontecimientos dramáticos a lo largo de su existencia: “La pobreza, que caracterizó la primera parte de su vida, orientó su actividad de asistencia y socorro a las jóvenes indigentes, traduciendo su amor a Dios en caridad hacia los más necesitados, socorriendo con alma maternal en particular a las jóvenes que habían vivido su misma experiencia de abandono y esforzándose por asegurarles también una adecuada formación cristiana”.

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