Durante años, Arianna Valarezo buscó llenar un vacío interior con fiestas, viajes y hasta “terapias” de la Nueva Era. Sin embargo, nada lograba sanar la herida en su corazón. Todo cambió a los 33 años, cuando tras complicaciones en el parto, sufrió una septicemia que la llevó al borde de la muerte. En medio de un coma inducido, asegura que tuvo una visión que transformó su vida y la llevó de regreso a la fe católica.
“En esos dos días que estuve en coma inducido fue que nuestro Señor me regaló una visión y que luego me pidió compartirla con el mundo para la gloria de Él. Sentí que salía de mi cuerpo; ya no tenía cuerpo físico, era como un espíritu, y empecé a descender a un lugar totalmente oscuro”, recuerda Arianna, de 42 años, en una entrevista con ACI Prensa
De una infancia católica a la rebeldía
Arianna nació en Ecuador, en el seno de una familia católica, pero ha residido toda su vida en el Perú. Se graduó en Psicología en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y se especializó en Terapia Cognitivo-Conductual y en Terapia Racional-Emotiva, con un enfoque particular en adolescentes y adultos. Ha trabajado muchos años en áreas de recursos humanos.
“Mis padres son católicos, personas muy creyentes. En mi casa siempre se rezaba, íbamos a Misa, se rezaba el Rosario”, recordó.
Durante su adolescencia, Arianna se sentía atraída por la aventura. Poco a poco, sus elecciones fueron tomando un rumbo más liberal y su distanciamiento de Dios se hizo más evidente. “Yo era muy inquieta, quería explorar todo. Empecé a ir a fiestas, a probar diferentes cosas”.
Arianna en el pasado. Crédito: Cortesía de Arianna Valarezo
Más adelante buscó respuestas en diversas prácticas de la Nueva Era, un tipo de espiritualidad que mezcla creencias esotéricas, orientales y pseudocientíficas. “Intenté meterme en yoga, reiki, regresiones, ayahuasca… pero el vacío se hacía más grande”, lamentó.
Después de dos sesiones de ayahuasca, asegura que empezó a experimentar miedo y la sensación de una presencia extraña. Las noches se volvieron difíciles, necesitaba pastillas para dormir y vivía a un ritmo vertiginoso, buscando solo “pasarla bien” y llenar su vida de placeres y viajes.
Todo comenzó a cambiar cuando, hacia los 30 años, su padre la invitó a consagrarse a Jesús por la Virgen María según el método de San Luis María Grignion de Montfort. “Por darle gusto a mi papá, acepté”.
Durante los 33 días de preparación y al consagrarse, empezó a notar un giro interior: “Sentí más paz, más deseos de acercarme a las cosas de Dios. Iba más seguido a Misa, aunque todavía regresaba a lo del mundo”. Esa experiencia marcó el inicio de un proceso de transformación espiritual, que continuaría en los años siguientes.
La cesárea que cambió su vida
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A los 33 años, Arianna quedó embarazada de su entonces pareja. “Dije: me voy a dedicar a mi hija”, recordó. Se preparó con esmero para un parto natural, pero después de 16 horas de trabajo de parto debieron practicarle una cesárea de emergencia.
“Tuve a mi hija, regresé a casa y empecé a sentirme mal: fiebre, hinchazón, calor en el cuerpo. Me dijeron: ‘tienes septicemia, hay que operar ya’. Estaba absolutamente aterrada. Recuerdo haber estado en el cuarto del hospital; eran las 11:00 p.m. y vi entrar a un sacerdote”, relató.
Aquella noche recibió los sacramentos por primera vez en muchos años . “Un sacerdote me dio la Confesión, la Comunión y la Unción de los Enfermos. Sentí una paz que no había sentido hace muchísimo tiempo”.
Rosario de muñeca de Arianna. Crédito: Cortesía de Arianna Valarezo
Los médicos decidieron inducir un coma, pues sus órganos estaban comprometidos y no sabían si pasaría la noche. Ariana tampoco sabía si iba a despertar. Fue entonces cuando tuvo una experiencia que cambió su vida.
En medio de ese estado, Ariana vivió lo que describe como una experiencia cercana a la muerte. “Sentí que salía de mi cuerpo; ya no tenía cuerpo físico, era como un espíritu sin las limitaciones del cuerpo, y empecé a descender a un lugar… totalmente oscuro”.
Allí contempló escenas de sufrimiento humano: guerra, pobreza, hambre y vicios. “Vi primero la guerra: mucho dolor y sangre que corría. Vi también la pobreza, personas muriendo de hambre. Vi todo lo que tiene que ver con la lujuria… las personas parecían felices, pero por dentro no tenían luz; era solo oscuridad”.
“Vi también todo lo que tiene que ver con el culto al cuerpo. Durante muchos años me dediqué a mi cuerpo… quería estar siempre flaca, gastaba mucho dinero en eso. Vi personas haciendo ejercicio desesperadas, con cuerpos ‘perfectos’, pero por dentro no tenían luz”, agregó.
Arianna durante una fiesta. Crédito: Cortesía de Arianna Valarezo
También descubrió a quienes adoran a falsos ídolos: “Vi a personas adorando sus joyas, su belleza y el dinero; también reían, pero por dentro no había luz”.
Arianna asegura que en el centro de aquel lugar se le presentó un ser que primero se mostró como una mujer hermosa y luego como un hombre, intentando seducirla con falsas promesas: “Me dijo: ‘Ariana, solo tienes que adorarme y yo te daré todo lo que quieras’”.
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Fue entonces cuando comenzó una lucha espiritual: “Empecé a orar y a pedir: ‘Señor, sácame de aquí; yo soy católica; yo te amo’. Pienso que los sacramentos que había recibido ese día me ayudaron a implorar a Dios y no caer”.
En medio de ese combate, sintió que una mano poderosa la sacaba de la oscuridad. “Escuché una música: miles de niños cantando, la melodía más perfecta que nunca había escuchado. Vi una luz celeste mucho más brillante que el sol y sentí que iba a ver a Dios”.
Lo que experimentó entonces la marcó para siempre: “Llegué a lo que puedo describir como la presencia del amor de Dios. Fue como levantar el velo y recibir ríos y ríos de amor. Sentí la presencia de Dios y también la presencia maternal de nuestra Madre, que me abrazaba”.
Ese encuentro le reveló la grandeza de la misericordia divina: “Me desnudaron el alma y caí en cuenta de que no tenía nada que darle al Señor. Sentí una gran vergüenza, pero al mismo tiempo un amor infinito que se derramaba sobre mí”.
También dice que vio luces vivas como pequeñas velas: “Cada una era una oración que alguien hacía por mí. Ahí entendí que la oración es viva, que realmente sostiene y transforma”.
Aunque no quería regresar, entendió que aún no era su hora: “Tenía una segunda oportunidad”.
Cuando volvió en sí, despertó en el hospital conectada a máquinas y tubos. “El doctor dijo: ‘¡Es un milagro, despertaste rápido!’”. Estuvo 28 días hospitalizada, con varias operaciones. “Por dentro de mi corazón sentí que algo estaba sucediendo”, aseguró.
Su regreso a la Iglesia Católica
Tras sobrevivir, Arianna regresó a su casa con muchas preguntas. “Empecé a sentir dentro de mí un gran cambio en mi corazón, pero no era tan evidente qué estaba pasando”, relató.
En medio de la incertidumbre, buscó guía en su grupo de oración. El sacerdote que lo acompañaba, el Padre Ramiro, le aconsejó: “Oración, oración, oración”. Esa recomendación se convirtió en una brújula.
Con el apoyo de su hermana, que había viajado desde Estados Unidos, comenzó a rezar con mayor intensidad. “Me enseñó cómo se reza y, cuando ella regresó, yo seguí orando”, recordó.
Ese fue el inicio de un camino espiritual. Arianna empezó a asistir a Misa diaria, a recibir los sacramentos y a confesarse con frecuencia. “Hice una primera Confesión que duró como tres horas, y luego empecé la confesión semanal. Moría de ganas de recibir a Jesús en mi cuerpo, en mi corazón”, asegura.
Arianna tomando su Rosario en la mano. Crédito: Cortesía de Arianna Valarezo
Pero este proceso no estuvo libre de obstáculos a nivel personal. Un viaje a Estados Unidos junto a su pequeña marcaría un punto de inflexión. Allí, en un grupo de oración carismático, los servidores la invitaron a una sesión de liberación. “Sentí que todo a lo que tenía que renunciar salía de mi corazón. Me sentía como si recién hubiera nacido. Nunca he estado tan limpia de corazón y de alma”, recordó con emoción.
Esa experiencia le dio la claridad que necesitaba para tomar decisiones firmes en su vida. Desde entonces, Arianna profundizó en la oración, la vida sacramental y la decisión de vivir en castidad. “Después de la liberación fue más fácil tomar ciertas decisiones en mi vida: dejar ambientes, amistades, y entregarme al Señor al 100%. Ese proceso me tomó más o menos tres años, pero me dio la fortaleza para seguir firme en mi conversión”.
Una nueva vida y misión a la luz de Cristo
Hoy, el motor de la vida de Arianna es la misión que, según ella, Dios le ha confiado. “Mi anhelo es ayudar a traer almas a Dios a través del testimonio que Él me ha regalado por su misericordia”, afirma con convicción. A lo largo de los últimos ocho años, asegura haber recibido en la oración —tanto personal como comunitaria— la confirmación de este llamado.
“El Señor, cuando me entregó esta misión, me dijo: ‘Quiero que este testimonio llegue a todos los rincones del mundo’. Yo no lo veía factible, no lo veía posible”, recordó. Sin embargo, gracias a las redes sociales, su experiencia ya ha traspasado fronteras.
Arianna visitando la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, en Portugal. Crédito: Cortesía de Arianna Valarezo
“Me escriben personas de todas partes del mundo diciendo que han visto el testimonio, que estaban en YouTube y les apareció de la nada, y que eso les tocó. Entonces sé que eso es lo que el Señor quiere”, explicó.
Para Arianna, su tarea es clara: “El Señor solo me pidió dar el testimonio, y luego Él es quien hace el trabajo con las personas”. Consciente de esta misión, asegura que su mayor deseo es “poder cumplirla durante toda mi vida”.
En estos años ya ha recibido invitaciones para compartir su testimonio en el extranjero, pero por ahora ha optado por no aceptarlas.
“Mi prioridad ahorita es mi hija, que está chiquita y muy vulnerable. Pero una vez que ella ya esté más grande, mi anhelo es poder recorrer el mundo haciendo esto”, agregó.
Para Ariana, todo su camino confirma una verdad central: “No hay amor igual al amor de Dios. No hay terapia, ni éxito, ni placer que pueda llenar el corazón como lo hace su misericordia”.
“Él me dio una segunda oportunidad y quiero usarla para su gloria”, concluyó.
Con 94 años cumplidos y siete décadas de sacerdocio a sus espaldas, el sacerdote catalán José Giner, radicado en Ecuador desde hace setenta años, asegura que no se siente maestro, sino “discípulo”.
“Soy un pobre sacerdote que va en busca del amor”, dice con sencillez Mons. Esteban Puig Tarrats, sacerdote que este 2025 cumple 70 años de vida sacerdotal. A sus 93 años, no se ha jubilado y escribe un nuevo libro sobre la Virgen María.
Renzo Trujillo Díaz, un físico peruano de 23 años nacido en la región Áncash, participó recientemente en la Escuela de Verano del Observatorio Vaticano, donde compartió su visión sobre la relación entre la fe y la ciencia: “Considero que la fe y la ciencia buscan un objetivo común: el descubrimiento de la verdad”.