A continuación, la homilía del Papa León XIV en la Misa de canonización de Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, celebrada este domingo 7 de septiembre en la Plaza de San Pedro del Vaticano.
Queridos hermanos y hermanas:
En la primera lectura hemos escuchado una pregunta: "[Señor,] ¿y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?" (Sab 9,17). La hemos oído después de que dos jóvenes beatos, Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, fueran proclamados santos, y eso es providencial. En el libro de la Sabiduría, esta pregunta está atribuida precisamente a un joven como ellos: el rey Salomón. Cuando murió David, su padre, él se dio cuenta de que disponía de muchas cosas: el poder, la riqueza, la salud, la juventud, la belleza, el reino. Pero esta gran abundancia de medios le había hecho surgir una pregunta en su corazón: “¿Qué debo hacer para que nada se pierda?”.
Y había entendido que el único camino para encontrar una respuesta era pedir a Dios un don aún mayor: su Sabiduría, para poder conocer sus proyectos y adherir a ellos fielmente. Se dio cuenta, en efecto, que de ese modo todas las cosas encontrarían su lugar en el gran designio del Señor. Sí, porque el riesgo más grande de la vida es desaprovecharla fuera del proyecto de Dios.
También Jesús, en el Evangelio, nos habla de un proyecto al que adherir hasta el final. Dice: "El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,27); y agrega: "cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo" (v. 33). Es decir, nos llama a lanzarnos sin vacilar a la aventura que Él nos propone, con la inteligencia y la fuerza que vienen de su Espíritu y que podemos acoger en la medida en que nos despojamos de nosotros mismos, de las cosas y de las ideas a las que estamos apegados, para ponernos a la escucha de su palabra.