4 de diciembre de 2025 Donar
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¿Por qué este clásico católico poco conocido es el libro favorito de Elon Musk?

“Retrato de Baltasar Gracián”, de autor anónimo, en la iglesia de San Miguel, Graus (España)./ Crédito: Dominio público.

Muchos pensadores católicos han extraído su sabiduría del silencio contemplativo del claustro. Otros, a lo largo de la historia, han navegado las intrigas de las cortes reales, desde el Concilio de Trento hasta las dinastías de los Borbones y Habsburgo, pasando por la Revolución Francesa.

Baltasar Gracián, un jesuita español del siglo XVII, hizo ambas cosas. Viviendo en la estela de la Reforma, creó una de las obras más inusuales de sabiduría espiritual jamás escritas: una colección de aforismos tan agudos como duraderos.

Oráculo manual y arte de prudencia, su composición de 300 máximas, destila el arte de vivir sabiamente en un mundo gobernado por la vanidad, la ilusión y el interés propio. Lejos de ser un llamado a rendirse, ofrece una estrategia para el compromiso, consejos prácticos para quienes están decididos a permanecer en el mundo sin dejarse moldear por sus peores tendencias. El P. Gracián veía la naturaleza humana con una lucidez que no sólo era teológica sino también brutalmente realista.

Aunque hoy es poco conocido en círculos católicos, este pequeño libro ha dejado una huella duradera en tradiciones intelectuales y estratégicas. Admiradores como Friedrich Nietzsche, Arthur Schopenhauer y Elon Musk, además de innumerables líderes empresariales, reflejan la sorprendente amplitud de su atractivo.

Frecuentemente descrito como el primer manual moderno de autoayuda —o una respuesta católica a El Príncipe de Nicolás Maquiavelo— Oráculo manual y arte de prudencia, publicado en 1647, resiste una clasificación sencilla. Escrito en la turbulencia espiritual y política de la Europa post-Reforma, es a la vez un espejo de su época y una guía atemporal. En su núcleo yace un llamado a ser a la vez inocente y perspicaz, prudente y recto, estratégico y santo.

Un jesuita entre lobos

Educador, predicador y filósofo jesuita, el P. Gracián creía que la vida espiritual podía coexistir fructíferamente con los asuntos públicos y mundanos. Sus breves máximas sirven como una guía de supervivencia para el miembro de la corte que se mueve en un mundo gobernado por lobos, ofreciendo reflexiones sobre su brújula moral y estratégica, desde la conversación y la reputación hasta el liderazgo, el tiempo y la discreción.

Podría decirse en broma que su obra refleja cierto talento jesuita para la ambigüedad estratégica. Los jesuitas, de hecho, han tenido durante mucho tiempo la reputación de adaptar su discurso a su audiencia y dominar el arte de la sutileza persuasiva. Tal flexibilidad intelectual provenía de su celo misionero y un discernimiento cultivado.

Algunas de las máximas del P. Gracián pueden sonar ciertamente desencantadas, incluso cínicas, en su agudeza táctica. “Más cosas ha obrado la maña que la fuerza”, escribe en una máxima, incluso entrar bajo el velo de los intereses ajenos para servir mejor a los propios. Aunque instruye a sus lectores a no mentir, también recomienda “no decir todas las verdades”.

“Siempre se ha de llevar la boca llena de azúcar para endulzar palabras”, escribe, “que saben bien a los mismos enemigos”. Esta mezcla de encanto y cálculo impregna muchos de sus aforismos.

También alienta a “no perecer de desdicha ajena”, y recomienda: “Conozca al que está en el lodo, y note que le reclamará para hacer consuelo del recíproco mal”.

El P. Gracián no niega la caridad cristiana. Más bien, nos recuerda que la caridad debe ser justa y orientada al bien, no sentimental. Reconoce que algunas personas resisten todo intento de gracia, aferrándose a su propia miseria y arrastrando a otros con ellas.

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Esta sabiduría nacida de la experiencia recuerda al Libro de Eclesiástico: “No recibe bienes el que persiste en el mal y el que no agradece la limosna”.

¿Un Maquiavelo católico?

Para el lector casual, tales afirmaciones pueden ser fácilmente malinterpretadas, hasta que se comprende que en su mayoría resuenan con la sabiduría del Evangelio: “Muéstrese tan extremada la sagacidad para el recelo como la astucia para el enredo, y no quiera uno ser tan hombre de bien, que ocasione al otro el serlo de mal. Sea uno mixto de paloma y de serpiente”, escribió en una máxima que es un eco literal de las instrucciones contenidas en Mateo 10,16.

Llamar al P. Gracián el “Maquiavelo católico” es más una caricatura simplista que una comparación justa. Pero es una que funciona, siempre que aclaremos rápidamente la diferencia.

Maquiavelo, escribiendo en la Florencia de principios del siglo XVI, es famoso por aconsejar a los gobernantes ser temidos más que amados y usar cualquier medio necesario para mantener el poder. La moralidad es opcional, mientras que la imagen lo es todo.

El P. Gracián, en cambio, escribe ante todo para las almas. Y aunque recomienda un uso estratégico de las apariencias por pragmatismo, enfatiza el valor del buen juicio y la coherencia moral, incluso cuando se navegan situaciones que requieren contención diplomática. “La buena exterioridad es la mejor recomendación de la perfección interior”.

Maquiavelo pudo haber enseñado al mundo cómo conquistar y ganar, pero el P. Gracián nos enseña cómo perdurar, brillar y permanecer fieles a largo plazo. Su voz no es triunfalista ni derrotista. Es la de un confesor experimentado, un amigo sabio y un guía perspicaz cuyo objetivo último es la salvación de las almas.

Santo, dice en su máxima número 300 y última, “es decirlo todo de una vez”, “Es la virtud cadena de todas las perfecciones, centro de las felicidades. Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe”.

¿Por qué Elon Musk lo lee?

Elon Musk ha dicho en entrevistas y en redes sociales que Oráculo manual y arte de prudencia es uno de sus libros favoritos. ¿Qué encuentra un genio secular en las máximas de un jesuita que muchos han olvidado?

La respuesta, quizás, es que el P. Gracián enseña claridad mental, virtud estratégica y realismo moral, todo fundamentado en una profunda comprensión del corazón humano. Advierte contra hablar demasiado, ayudar a las personas equivocadas o dar más de lo prudente. Para los católicos que navegan por relaciones complejas, instituciones problemáticas o ambientes laborales tóxicos, su voz puede ser un salvavidas.

En una era de relativismo rampante y mediocridad, su mensaje sigue siendo tan relevante como siempre: Sé santo, pero no ingenuo. Sé bueno, pero no tonto. Sé inocente y sabio.

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Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.

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