La Iglesia Católica conmemora este año el 1700° aniversario del Primer Concilio de Nicea, el primer sínodo ecuménico en la historia de la Iglesia, convocado por el emperador Constantino, donde hoy está la ciudad de Iznik, en Turquía.
El concilio, que comenzó el 20 de mayo del año 325, se convocó tan solo doce años después de que Constantino legalizara el cristianismo. Durante los 250 años de persecución contra los cristianos, cuando profesar la fe en Jesucristo a menudo conducía al martirio, las disputas teológicas eran mínimas. La existencia cristiana era una cuestión de vida o muerte, y sólo los adultos dispuestos a profesar su fe con sangre eran bautizados.
Sin embargo, una vez legalizado el cristianismo, el costo de creer y proclamar el Evangelio se redujo considerablemente. Entonces, concepciones teológicas que a menudo habían permanecido ocultas pudieron expandirse.
En Alejandría, Egipto, una de las capitales intelectuales del mundo antiguo, un sacerdote llamado Arrio comenzó a cuestionar la naturaleza divina de Jesús, su origen y su relación con Dios Padre. Argumentó que Jesucristo no era realmente divino —increado, eterno y de la misma naturaleza que Dios Padre—, sino creado por el Padre antes del tiempo, lo que socavaba no sólo la comprensión cristiana del Hijo de Dios, sino también la de la Trinidad.
La confusión arriana comenzó a extenderse rápidamente. El patriarca Alejandro de Alejandría intentó, sin éxito, suprimir los errores de Arrio y el daño que causaban a la fe de multitudes. Constantino, intentando remediar la inestabilidad política y la división derivadas de la disputa, escribió cartas y envió un emisario para intentar resolver la disputa, pero Arrio perseveró. Así pues, Constantino convocó el primer concilio universal, reuniendo a 318 obispos para resolver la controversia y restablecer el orden.
El principal resultado del Concilio fue la condena de las ideas de Arrio y la formulación del Credo de Nicea.