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Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte: Llevar al Señor Jesús al centro del mundo

VATICANO, 6 Ene. 01 (ACI).- La Carta Apostólica "Novo millennio ineunte" -"El Nuevo Milenio que Comienza"- firmada por el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro en solemnidad de la Epifanía y con ocasión de la clausura de la Puerta Santa, es un poderoso llamado a llevar a que la Iglesia, como pidió Cristo a Pedro, reme "mar adentro", para llevar al Señor Jesús al corazón del mundo y de la historia.

Un recuento agradecido

El primero de los cuatro capítulos que componen la carta -titulado "El encuentro con Cristo, herencia del Gran Jubileo"-, es ante todo un recuento agradecido de los grandes hitos que marcaron el año jubilar, no tanto para hacer un balance, sino para elevar un himno de alabanza y "descifrar" los mensajes que el Espíritu de Dios ha enviado a la Iglesia a lo largo de este año de gracia. Pasando revista desde la peregrinación a Tierra Santa a los numerosos encuentros con las más diversas categorías de personas, el Pontífice dedica una mención especial a los jóvenes, cuyo jubileo ha causado un gran impacto, dejando en el aire una llamada a la necesidad de un compromiso más audaz en el trabajo pastoral en favor de las nuevas generaciones.

Más allá de los hechos externos, Juan Pablo II percibe el Gran Jubileo como un evento de gracia: el renovado encuentro con Cristo es la verdadera "herencia" del Jubileo, de la que ahora es preciso hacer acopio para invertir en favor del futuro.

La centralidad de Jesucristo

El segundo capítulo -"Un rostro para contemplar"- consiste en una ardiente invitación papal a profundizar la contemplación del misterio de Cristo, con la mirada fija en su rostro. En efecto, existe el riesgo indicado por Jesús mismo a Marta de Betania ("te preocupas y te agitas por muchas cosas": Lc 10, 41): volcarse completamente en la actividad pastoral olvidando la contemplación, que es su fuente. A ésta debe recurrir la Iglesia continuamente. Así, en este capítulo, el Papa repasa el misterio de Cristo en sus dimensiones fundamentales, y lo propone de nuevo a toda la Iglesia como fundamento perenne.

La Carta se detiene ante todo en trazar el perfil histórico de Cristo, subrayando la veracidad y credibilidad de los documentos evangélicos; así como en la profundidad de su misterio divino-humano, fijándose en la autoconciencia divina, que perdura también en el momento dramático de la cruz, para plasmarlo, en fin, en el esplendor de la resurrección.

De cara al futuro

Bajo el título de "Caminar desde Cristo", el Santo Padre lanza, en el tercer capítulo de la carta, un llamado a las Iglesias locales para continuar y profundizar su programación pastoral, según las exigencias de los diversos contextos. Aquí, el Pontífice establece urgencias y prioridades:

- Orientar la pastoral cristiana hacia una experiencia de fe sólida, que haga florecer la santidad.

- Una pedagogía eclesial que proponga ideales elevados y no se contente con una religiosidad mediocre.

- Ayudar a redescubrir la oración en toda la profundidad a la que la experiencia cristiana de Dios puede llevarla.

- Alentar la oración personal, pero sobre todo comunitaria, comenzando por la litúrgica, "fuente y culmen" de la vida eclesial.

- Redescubrir el domingo, Pascua de la semana, haciendo que la Eucaristía sea su corazón

- Proponer de nuevo con fuerza el sacramento de la Reconciliación.

- Recordar el primado de la escucha de la Palabra de Dios, a lo que sigue, por su propia lógica, el deber del anuncio.

- Destacar, por tanto, la actual importancia de la "nueva evangelización".

La urgencia de la Caridad

En el cuarto y último capítulo -"Testigos del amor"-, el Papa Juan Pablo II continúa con su reflexión programática, desde la vertiente de la comunión, de la caridad y del testimonio en el mundo.

Al respecto, el Papa recuerda que hay en la Iglesia ámbitos e instrumentos de comunión que tienen un perfil institucional bien definido. Éstos han de ser cultivados y promovidos: Sínodos, Conferencias episcopales, Consejos presbiterales y pastorales; que, sin embargo, se convertirían en estructuras sin alma si no se cultiva una "espiritualidad de comunión", o sea, la capacidad de percibir la comunión como don de lo alto.

El Pontífice destaca también la importancia del ecumenismo, "el gran escenario de la caridad fraterna, y otros muchos desafíos que interpelan a la Iglesia, impulsándola a hacerse expresión del amor concreto de Dios en las más variadas situaciones de sufrimiento y de indigencia.

La carta señala además que, con las ofrendas recibidas durante el año jubilar se realizará en Roma una obra que quiere ser símbolo de la floreciente caridad de la que la Iglesia universal debe continuar realizando en el nuevo milenio.

El último escenario es el del testimonio valiente que los cristianos están llamados a dar en todos los sectores de la vida social y cultural, especialmente allí donde es particularmente urgente la presencia del fermento evangélico: desde las cuestiones sobre la familia y la tutela de la vida a los problemas que plantea el desorden ecológico y un experimentación científica carente de referencias éticas.

El Pontífice también recuerda que sin quitar nada al anuncio cristiano, el diálogo sigue entre las religiones sigue siendo una directriz importante para el crecimiento de todos en la búsqueda de la verdad y en la promoción de la paz.

La "Puerta" sigue abierta

La Carta concluye como había comenzado, evocando la invitación de Jesús a Pedro en el episodio de la pesca milagrosa: ¡ir mar adentro!. La Puerta Santa se cierra, pero queda más abierta que nunca la "puerta viva", Cristo Jesús, simbolizado en la Puerta Santa. La Iglesia, después del entusiasmo jubilar, no vuelve a una cotidianidad anodina. Por el contrario, le espera un nuevo impulso apostólico, animado y sostenido por la confianza en la presencia de Cristo y en la fuerza del Espíritu.


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