Vigésimo quinto día

San José y la Ascensión

Citaremos aquí la reflexión de un piadoso autor, el P. Nau: “¿Se puede creer, dice, que aquel que hace vivir de sus sudores al Hijo de Dios durante treinta años, huya sido dejado muerto en el sepulcro? Y si Dios lo hubiese dejado, ¿habría dejado sus santas reliquias sin honores? Este Santo está en el Cielo en cuerpo y alma. Subió a la cabeza de los santos que fueron elevados con Cristo el día de su ascensión, y como no pierde la calidad de padre, conserva una gloria y un poder proporcionados a este gran nombre. Este pensamiento sería muy querido a las almas que reverenciaron, nosotros lo proponemos, pero como la Iglesia no lo ha ratificado aún, nos detendremos a contemplar, sobre todo, la bella alma de san José volando al cielo, ¡entre los perfumes y las santas armonías, siguiendo a la adorable humanidad de Jesús! ¡Cuánta gloria le está reservada en ese brillante cortejo al hombre justo, que fue el depositario de los secretos divinos, el jefe venerado de la sagrada familia, el esposo virgen de María, el padre, el tutor, el nutricio de Jesús! Si el primer José vio en un sueño misterioso, a sus hermanos venerarlo de rodillas, se puede creer que los ángeles y los santos no se cansan de agradecer y alabar a san José: ¿no es él el más fiel de los patriarcas, el más perfecto de los pontífices, él que tuvo al Verbo entre sus brazos? ¿El más santo de los reyes, él que mandó a ese Rey inmortal, hijo de David? Las glorias del Antiguo Testamento se reunieron sobre su frente modesta, en ese día de triunfo que comienza para él. El Padre eterno lo acoge, el Hijo lo corona y el Espíritu Santo lo colma de una dicha inefable. Así es honrado aquel que el Rey quiere honrar.

Oración

Oh santo Patriarca, elevado a los cielos, cerca de tu bienamado Jesús, quien te estuvo sometido en la tierra, ten piedad de mí. Baja los ojos sobre mí, defiende mi alma de las tentaciones y de los peligros que la asaltan; obtenme el amor de Jesús y de la sangrada firmeza que obtiene el cielo. Te lo suplico, por esa dicha que disfrutaste delante de Jesús. San José, tan poderoso en el cielo, ruega por nosotros

Ejemplo

Herman-Joseph de Steinauld, de la orden de los Premonstratense, tenía la mayor devoción hacia san José. Meditaba habitualmente sobre sus virtudes ocultas y se esmeraba en reproducirlas en su conducta. Debía, por causa de esto mismo, era particularmente devoto de María, tan deseosa de la gloria de su casta esposa. María tenía favores del todo excepcionales para el Herman, porque, porque veía entre San José y él cierta semejanza. Esta buena Madre parecía, por su lado, parecía haberse dedicado a completarla, agregándole los rasgos que no dependían de la voluntad del santo religioso. Así, en una visión con que lo favoreció, visión que los grabados y las pinturas a menudo han reproducido, le recomendaba agregar a su nombre el de José. Se cuenta que la Santísima Virgen, otra vez, se le apareció teniendo entre sus brazos al Niño Jesús, y que por un favor inapreciable, lo colocó en sus manos, como acabara de hacerlo con San José en la casa de Nazaret. Herman redoblaba la devoción hacia san José, a medida que su divina esposa lo colmaba de nuevos favores. Y luego de una vida llena de méritos y todo consagrada al culto de la sagrada familia, y de san José, en particular, tuvo la dicha de tener parte en los honores que su glorioso patrón había recibido al momento de la muerte.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger por ACI Prensa