Vigésimo ocatvo día

Fe de San José

San José es el modelo de esta gran virtud, la virtud, la, base de todas las virtudes del cristianismo Sigámosle en su vida entera y admitiremos la simplicidad y la fuerza de su fe. Dios le ordena recibir a la divina Virgen como su Esposa fiel y mirar cómo su Dios, ese niño al que está obligado a servir de guardián y de protector. Cree, acepta y obedece. Su fe sobrepasa la de Abrahán, que está descrita en las Escrituras como el modelo de una fe perfecta. Recibe como suyo el fruto de la inefable pureza de María, el divino Infante; comparte con ella las vigilias e inquietudes de la paternidad; se convierte en el verdadero y tierno padre de este niño que no lo tiene en la tierra; cree, una vez más, en la palabra del ángel y para salvar el precioso depósito, huye en Egipto; el Ángel le manda regresar a su país, obedece una vez más. Toda su vida fue un acto d efe, ya que creyó, ya que creyó en la divinidad de Jesús antes de que esta divinidad fuese afirmada por los milagros. Lo adoró como su Dios a ese pequeño infante, ese pequeño obrero, ese adolescente débil y pobre; reverenció el poder divino en medio de este abandono y de esta impotencia. Esta fe de san José venía porque seguía con simplicidad las luces que le venía de lo alto; no discutía, creía; no objetaba, obedecía. Esa debe ser la fe respecto de Dios y de la Iglesia, creer y actuar según la fe: las luces y las gracias se conceden a esta fe humilde y simple que siempre caracterizó a los grandes santos.

Oraciones

Oh José, modelo de hombres de fe, te suplico que me presentes alas tres adorables personas de la santísima Trinidad, a las que está estrechamente unido. Que el padre celestial, cuyo lugar ocupaste aquí en la tierra me haga vivir con una fe viva; que el Hijo, que fue tu Hijo, me conceda las gracias que necesito para crecer en su amor que el Espíritu Santo, que te hizo digno de ser el Esposo de María, enriquezca mi alma con sus dones, y que, bajo tu guarda termine mi peregrinaje aquí debajo de manera que legue a la vida eterna.
San José, protector de las almas, ruega por nosotros.

Ejemplo

La madre Teresa, nuestra contemporánea, hizo humildemente mucho bien. Fundó en Laval una casa de misericordia, donde recibía y conducía a Dios un gran número de separadas; su obra, que subsiste todavía, tenía por principal sostén al buen y tierno san José. La madre Teresa había puesto su casa y sus hijas bajo el patronato d san José. Se le invocaba al final de los nueve principales ejercicios de la jornada, mediante esta piadosa aspiración: “San José, nuestro buen padre, ruega por nosotros, por favor”. Al nombre de la virgen se agregaba siempre el dulce nombre de José; finalmente la estatua del patriarca tuvo su lugar de honor en la capilla, y esta estatua se ornaba y se embellecía cada vez más, a medida que aumentaba la fortuna de la madre Teresa. La capilla fue comenzada en 1839. Para esta empresa el P. de Brosses y la madre Teresa no tenían otros recursos que su fe y su devoción; con eso bastaba; la bendición de san José no podía faltarles. Y no faltó. Una suscripción fue abierta en la ciudad y en los alrededores, y la piadosa caridad de los fieles respondió generosamente. Feliz por su éxito el anciano sacerdote no se evitaba ninguna incomodidad; a pesar de las lluvias de invierno y la extensión del camino, se le veía partir a pie a Saint Michel para dirigir y activar los trabajos. Feliz y orgulloso de sufrir algo por la gloria de su patrón, el P. Brosses dijo un día a la madre Teresa, que lo veía regresar empapado hasta los huesos y cubierto de nieve: ¡Vamos hago mis tareas, heme aquí, pienso, caballero de san José”.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa