Isidoro de Isolano
Suma de los dones de San José

Transcrito por José Gálvez Krüger para Aci prensa

Por varias razones deben los fieles deben celebrar anualmente una fiesta en honor del santísimo José:

La primera es el ejemplo de Cristo dios: “Aprended de mí”. San Gregorio Comenta: Toda acción de Cristo es una instrucción para nosotros”. Igualmente es un deber moral para todo fiel vasallo amar y venerar más a quien más ama y venera su rey. Pues bien: Dios hecho hombre, durante su vida en este mundo, veneró a José, amándole con perfecta caridad interior, sometiéndosele exteriormente con humildad, y recibiendo en su débil naturaleza las atenciones y beneficios del santo Patriarca. Por consiguiente, nosotros – si no queremos ser siervos ingratos y malvados debemos venerar a José, celebrando anualmente su festividad, como acostumbramos a hacerlo con los santos de nuestra particular veneración.

La segunda razón nos la ofrece la consideración de la Santísima virgen María, a quien aman y veneran cuantos no quieren hacerse semejantes a las bestias. Ahora bien, la Santísima Virgen amó y veneró a San José más que a nadie en el mundo, pues fue la esposa y estuvo bajo su dirección y autoridad por disposición del mismo Dios.

Es evidente que no podrás ser verdadero devoto de la Virgen si no procuras cumplir su voluntad e imitar su conducta. Y como ella misma, viviendo entre los mortales, buscó la gloria de su esposo José; no hay duda de que la festividad anual de que tratamos ha de ser muy de su agrado.

La tercera razón se funda en la santidad excelsa de de José que será inferior a muy pocos – según creemos en la bienaventuranza, como puede colegirse de lo dicho y de lo que nos queda aún por decir

¿Cómo ha de celebrarse esta festividad?

Tres cosas diremos acerca del modo como ha de celebrarse la festividad de San José: primera, su nombre debe ponerse entre los confesores; segunda, su oficio debe cantarse solemnemente; tercera, el lugar que le corresponde en las letanías.

Todo el que recibe culto en la Iglesia militante es apóstol – cuyo número sólo Dios puede aumentar – mártir o confesor. Se llaman confesores los que manifestaron el nombre del Salvador a los mortales con la observancia de los mandamientos divinos: unos se consagraron al culto divino; otros a la predicación, a la enseñanza, a la publicación de libros o a las obras de misericordia, dejándonos ejemplos de recto vivir. Entre ellos debe colocarse en la Iglesia a José, ya que entre todos resplandece de modo preclarísino: amó a su Creador más que otro alguno; estuvo animado de tiernísima piedad para con el Salvador; ejerció las obras de misericordia no ya con los hombres, sino con el mismo Dios encarnado y co su Madre santísima. Y como recibió el primero – en el Evangelio – el nombre de justo, creemos que tributó al Cristo Niño un culto interior tan ardiente que no puede explicárselo el hombre mortal. Por eso, aunque no padeciera muerte violenta por Cristo, ha de considerársele el primero de ellos, como Juan Bautista es considerado el primer mártir de la era del Salvador.

Y como no es inferior en méritos a ningún confesor, debe celebrarse su oficio con toda solemnidad. Además, si la santa madre Iglesia manda honrar de un modo particular a los apóstoles, a los evangelistas y a sus doctores Ambrosio, Agustín, Jerónimo y Gregorio, porque fueron luz del mundo predicando la doctrina de Cristo, ¿Cómo no ha de honrarse con la misma solemnidad a José, que nutrió al mismo Verbo de Dios para todo el mundo?

Cristo llamó amigos a los apóstoles: el Dios hombre llama a José Padre.

Si honramos a los patronos de las ciudades con fiesta solemne ¿cómo no hemos de venerar de la misma manera al protector de nuestra Reina, la Virgen María?

Celebremos, por tanto, con la mayor solemnidad, el oficio de San José, pues Cristo y la Santísima Virgen también le veneraron en la tierra como a ningún otro. Honra a José cuanto te sea posible, porque sus méritos no son todavía suficientemente conocidos. ¡Qué aplausos y que regocijo, qué honores y alabanzas resonarán en la Jerusalén celestial al pronunciar el nombre de José, a quien el mismo Dios se digno llamar padre y a quien la reina de los ángeles aun clama como esposo amantísimo!

Y de ninguna manera debe omitirse su nombre de las letanías. Al contrario, debemos coronarle como el primer confesor, pues no es decoroso que ocupe un lugar inferior quien fue enaltecido por el mismo salvador, ni tampoco debe posponerse a otros el nombre de aquel a quien el mismo Cristo quiso estar sujeto.

En suma: el culto tributado a José debe ser preclaro y dignísimo, en atención a Cristo y a su Madre, la Virgen Santísima.