Décimo cuarto día

Nazaret

Las almas elegidas por Dios, siempre han sentido un placer inefable al visitar a la Sagrada Familia en su humilde morada y al seguirla en sus humildes trabajos de cada día: San José trabajaba la madera, haciendo trabajos difíciles, fatigosos; los hacía con un indecible amor, ya que esta labor aseguraba la subsistencia de Jesús y de María; María estaba siempre dentro de la casa ocupada del bienestar del Niño divino y de su virginal Esposo. Sus manos, que en el Templo, hilaban la púrpura y el lino, trabajaban los simples vestidos de San José, y preparan el frugal alimento que los tres toman dando gracias; el Niño Jesús la siguen en cada una de sus ocupaciones, y la ayuda con sus pequeñas fuerzas, y cuando las necesidades del día han sido satisfechas, los tres leen las divinas Escrituras y oran al Señor. En todas sus acciones, ¡cuánta virtud y piedad! San José es paciente y devoto; María vigilante y laboriosa; el Niño gracioso y sumiso. ¡Cuánta caridad en sus discursos, qué modestia en su actitud! Vayamos a visitarlos, como lo hacía con tan buena disposición san Francisco de Sales. Cada estado, cada edad de la vida encontrará en Nazaret ejemplos y lecciones.

Oración

Glorioso san José, Esposo de María, piensa en nosotros; vela por nosotros, amable querubín que guardas el paraíso del nuevo Adán; obtén para nosotros la gracia de trabajar en nuestra santificación; oh amable nutricio de la sagrada familia, satisfaz nuestras necesidades presentes; oh fiel depositario del más precioso de todos los tesoros, toma bajo tu caritativa conducción nuestros asuntos temporales y espirituales; que su contenido sea para la gloria de Dios y bien de nuestra almas. El justo florecerá como la palma y germinará como el lirio.

Bondad de San José

Desde el inicio de la guerra de Francia con Prusia, mi hermano, llamado a defender la bandera, aceptó de mi madre, antes de su partida, una estatuilla de nuestro santo protector, prometiéndonos recurrir a él en todos los peligros del alma y del cuerpo. Su confianza, alentada por las oraciones que hacíamos diariamente por sus intenciones, no fue decepcionada. San José, en efecto, lo cubrió siempre con su protección en medio de los más grandes peligros.
Después de haber visto caer muertos, en Sedán, a todos sus camaradas, él mismo había sido cubierto de tierra y arrojado bastante lejos por la explosión de un obús. Cuando recuperó el sentido, su gratitud fue inmensa hacia san José, cuando comprobó que no tenía ni un rasguño.
Conducido a Prusia como prisionero, experimento toda clase de miserias: el hambre, la sed, el frió riguroso, agregado esto a la viruela que lo atacó tan fuertemente que sus compañeros de infortunio no lo reconocían. Se le quiso transportar en un ambulancia, pero, pero el riachuelo que se debía atravesar había crecido considerablemente por las lluvias. Fue imposible atravesarlo. Se dejó al pobre paciente expuesto largamente a la intemperie, bajo un frío muy intenso, los primeros días de febrero. Entonces, en esta extremo abandono, mi querido hermano conjuró a san José para que lo salvara de tan grande peligro, prometiéndole que si recuperaba la salud, haría público que fue a su protección que debía s salvación. Una oración tan confiada obtuvo lo que pedía: mi hermano volvió sano y salvo en medio de nosotros sin haber contraído ninguna enfermedad. No es todo: el augusto protector de las familias cristianas, le procuró una esposa dotada de las virtudes más sólidas y también muy devota de san José.


Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa