Evangelizando la Cultura Global

La necesidad de una nueva cooperación entre los creyentes de América del Norte y Latinoamérica

I - Introducción

En este tiempo en que toda la humanidad se dispone con gran expectativa y creciente esperanza a atravesar los umbrales del tercer milenio, la Iglesia en América, convocada por el Vicario de Cristo, ha querido también ponerse en marcha hacia ese singular momento histórico a través de una experiencia sinodal que, por su carácter del acontecimiento globalizante, no conoce precedentes en su género en la historia del Continente. La Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, fue, en efecto, la prueba más evidente de la factibilidad de un encuentro que ha superado las fronteras humanas para establecer lazos de comunión y de solidaridad, a la luz de la fe en Jesucristo, entre todos los pueblos del entero Continente.

La exitosa realización de esta asamblea especial confirma una vez más la inspirada intuición del Santo Padre, tal vez no totalmente comprendida en un principio, de llamar a un único encuentro sinodal a la Iglesia que se extiende a lo largo y a lo ancho del vasto Continente americano. No se trató de un "sínodo de las Américas" ni de un encuentro "panamericano", sino de un sínodo de los Obispos para América. También a nivel político existe ya desde hace mucho tiempo la Organización de los Estados Americanos (O.E.A.), cuyo nombre hace referencia a una unidad que comprende todo los estados de la región americana. No es una cuestión puramente terminológica, sino conceptual: la conciencia de la pertenencia a una realidad más amplia y totalizante, que constituye un punto de referencia ineludible en los planes y el destino de todos y cada uno de los pueblos americanos, ha entrado ya en la mentalidad de los hombres y mujeres que viven en Continente, como un soplo del Espíritu que engendra una nueva civilización. Está comenzando una nueva etapa en la historia de América caracterizada por una colaboración generosa, fraternal y solidaria entre el Norte, el Centro, la región del Caribe y el Sur del Continente. En esta encrucijada de la historia, la Iglesia desea estar presente, una vez más, para iluminar con la luz de la fe este kairos, como lo estuvo en los albores del descubrimiento del nuevo mundo, cuando el árbol de la cruz hundió sus raíces en la tierra americana.

El mismo tema sinodal, Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, comunión y la solidaridad en América, expresa elocuentemente los deseos más íntimos de quienes reconocen en Jesucristo, al Hijo de Dios, el único Nombre bajo el cual pueden ser congregados en la unidad todos los hombres de buena voluntad que sinceramente buscan la verdad, el amor y la justicia.

II - La globalización: un rasgo característico de la cultura contemporánea

El concepto de globalización, que ha tenido su origen en el dinámico y complejo ámbito de las relaciones económicas del mundo contemporáneo, ha adquirido su carta de ciudadanía en el universo más amplio de las numerosas dimensiones de la vida de los pueblos. Así, se habla hoy de globalización de las comunicaciones, de la educación, de la informática, del comercio, de la industria, de las relaciones políticas y sociales, del trabajo, del turismo y, para decirlo en una sola expresión, se habla de "globalización de la cultura".

Dos parecen ser las ideas basilares implícitas en el concepto de globalización. La primera de estas nociones consiste en la toma de conciencia que cada elemento individual - personas, sociedades, instituciones, naciones, etc. - tiene de la necesidad de relacionarse adecuadamente con otras partes de la realidad global, para poder alcanzar la propia realización. La segunda idea supone un enriquecedor intercambio entre las partes que integran la realidad total en base a los dinámicos criterios de la comunicabilidad impuestos por la cultura de los mass media.

Ninguno de estos dos principios, de por sí, encierran alguna dimensión contraria a la naturaleza humana ni al plan divino de salvación. Más aún, teóricamente considerados, estos aspectos favorecen el desarrollo de la persona y se armonizan con la concepción de la Historia de la Salvación como un proceso en el cual los individuos alcanzan personalmente la plenitud a través de una solidaria comunicación de bienes, materiales y espirituales. Tal comunión de bienes encuentra su lugar privilegiado en la Iglesia de Jesucristo, pues ella, en cuanto realidad global, incluye no sólo el Pueblo de Dios peregrino en el tiempo sino también la Jerusalén celestial más allá del tiempo.

Sin embargo, la globalización, como todas las realidades humanas, por el hecho de estar contaminada por pecado de los hombres, puede encerrar consecuencias negativas, que se manifiestan en distintos niveles. Por ejemplo, la más evidente de ellas se presenta en el ámbito económico, donde la globalización se traduce frecuentemente en el dominio de los países más desarrollados sobre los que están en vías de desarrollo, así como también en las, muchas veces señaladas, relaciones de explotación en el trabajo. También en el campo socio-cultural muchos han vislumbrado los aspectos negativos de la globalización, apuntando al hecho que ésta lleva a la pérdida de los valores que caracterizan a las culturas locales. En efecto, el desarrollo de una cultura internacional es visto como un peligro en la medida en que ciertos rasgos, que son patrimonio común de la civilización contemporánea, van invadiendo paulatinamente las realidades locales ejerciendo sobre ellas un fuerte impacto difícil de controlar y encauzar. La globalización de la cultura, a través de una homogeneización que arranca al ser humano de sus raíces culturales, constituye una seria amenaza contra la identidad de los pueblos.

No obstante esta situación ambivalente, el Santo Padre en su magisterio, se ha manifestado particularmente sensible a este rasgo del tiempo presente y en diversas ocasiones ha concentrado su reflexión sobre la realidad desde una perspectiva global, considerándola ya sea en sus aspectos positivos como en sus connotaciones negativas. Así el Papa, refiriéndose al dinamismo que caracteriza a la sociedad contemporánea ha hablado de un "mundo en transformación y en via de globalización". También ha dirigido a los expertos en ciencias sociales una comprometedora invitación a esforzarse por armonizar las "exigencias de la economía y exigencias de la ética" en el marco de "la realidad de la globalización, considerada de una manera equilibrada tanto en sus potencialidades positivas como en sus aspectos preocupantes". La reflexión del Pontífice sobre la globalización se extiende incluso al tema de la misión de la Iglesia, cuando en la Exhortación Apostólica post-sinodal Ecclesia in Africa afirma que los valores positivos de la cultura africana - elementos providenciales que preparan la aceptación del Evangelio - pueden enriquecer a las Iglesias y a toda la humanidad para "facilitar la recuperación global de que depende el auspiciado desarrollo de cada una de las naciones".

El tema de la globalización constituyó también un motivo de interés para los Padres sinodales de la Asamblea Especial para América, que han descubierto en esta situación histórica una excelente ocasión para acrecentar los lazos de solidaridad entre los diversos pueblos del único Continente en base a la común raíz cristiana. La misma experiencia de la comunión episcopal para enfrentar los problemas comunes fue una manifestación de la necesidad de desarrollar una acción pastoral global y solidaria para evangelizar a una sociedad globalizada.

III - La nueva evangelización en el contexto de la globalización

La misión evangelizadora de la Iglesia no puede ignorar la globalización - entendida ésta en su acepción más amplia - pues tal actitud significaría no sólo un injustificable desconocimiento de la realidad sino que, fundamentalmente, llevaría a un lamentable desperdicio de las ricas potencialidades de este rasgo que caracteriza el presente momento histórico. En relación a la nueva evangelización, término recientemente acuñado para referirse a esta tarea siempre perenne de la Iglesia, la globalización puede ser considerada, entre otros componentes, como una de las cualidades que justifican la denominación de "nueva" evangelización. El Papa Juan Pablo II, en efecto, desde los primeros años de su pontificado, ha dirigido una invitación concreta a los Obispos de América a empeñarse en una nueva evangelización de América, "nueva en su ardor, nueva en sus métodos, en su expresión".

Además, la globalización, como noción genérica, está intrínsecamente relacionada con la nota de la "catolicidad" de la Iglesia, la cual está llamada a anunciar el Evangelio en todo el mundo. De ahí que la vocación misionera de la Iglesia puede calificarse, para usar un término actual, de "globalizante", es decir, con alcance universal. La evangelización, por lo tanto, puede fácilmente injertarse en el contexto de la globalización. El problema es tener claramente presente cuáles son las respuestas que la Iglesia puede ofrecer, desde la fe, a una sociedad organizada según la realidad y los principios de la globalización, para que en ella todo esté al servicio de la persona humana y de su salvación integral.

Ahora bien, si las consecuencias de la globalización se manifiestan primariamente en el campo de la economía, la Iglesia con su acción evangelizadora puede iluminar y enriquecer esta realidad con la promoción de una cultura global de la solidaridad y con los principios éticos de su Doctrina Social. Los Padres sinodales de la Asamblea Especial para América han manifestado concordemente su preocupación por las consecuencias negativas de la globalización, evidentes en todas las partes del Continente, pero no han visto en esta situación sólo un problema de justicia social sino también un desafío para vivir más profundamente la caridad evangélica. El mandamiento del amor propuesto por el Evangelio, en efecto, nos lleva necesariamente a vivir en solidaridad fraterna con todos y por consiguiente a compartir con nuestros hermanos: "lo que somos, lo que creemos y lo que tenemos". Así parece claro que los problemas económico-sociales sólo pueden ser superados si los hombres están profundamente anclados en la caridad de Cristo, pues en la medida en que se vive en la comunión y en la solidaridad, en esa misma medida uno resulta justo a los ojos de Dios.

Por otra parte, si una de las consecuencias negativas de la globalización de la cultura es la pérdida de los valores culturales locales, la Iglesia con su acción evangelizadora puede contribuir eficazmente a la defensa de tales valores, pues la fe cristiana, en cuanto modo especial de relacionarse con Dios, con los hombres y con la creación, es un elemento esencial de las culturas que nacieron y se desarrollaron a la luz del Evangelio. La fe en Jesucristo, según el principio de la inculturación, está destinada, en efecto, a manifestarse en multiplicidad de expresiones culturales y al mismo tiempo constituye un común denominador, pues su objeto es Jesucristo Cristo, el único Salvador del género humano, Hijo de Dios y hermano de todos los hombres. De este modo, es claro que el temor ante la homogeneización de las culturas, con la posible pérdida de la identidad específicamente cristiana de América, puede ser exitosamente superado en la medida en que cada persona y cada sociedad estén profundamente enraizados en la propia fe en Cristo. Sólo así el diálogo propiciado por la globalización cultural será verdaderamente católico y al mismo tiempo será respetuoso en relación a otras religiones, sólo así ese diálogo será auténticamente local y generosamente abierto a lo universal.

IV - Conclusión

Quisiera concluir esta breve alocución con una anécdota que el Santo Padre me ha confiado una vez. En cierta ocasión al inicio de su pontificado, alguien se atrevió a afirmar - como expresión de buenos augurios para la gestión pastoral universal - que el nuevo Papa a pesar del gran amor que sentía por su pueblo polaco, seguramente sería capaz de incluir a todos los pueblos del mundo en su amor de Pastor universal. A esta afirmación, el novel Vicario de Cristo respondió que ciertamente él amaría con un corazón de Pastor a todos los hombres, pero no "a pesar de" amar mucho a su pueblo, sino "precisamente porque" amaba mucho a su gente, a sus tradiciones y a su cultura. En otras palabras, el Santo Padre quería decir que sólo porque amaba de corazón a los suyos iba a poder estar abierto a un amor universal, sólo porque estaba enraizado en su propia fe y en su propia cultura iba a poder amar a todos los hombres de buena voluntad. Creo que este concepto, rico de significado, puede ayudar a entender mejor el impulso evangelizador que caracteriza la actividad pastoral del Santo Padre y al mismo tiempo iluminar la perspectiva de la nueva evangelización en el panorama globalizado del mundo contemporáneo.

No es posible una justa globalización de la economía sin una referencia a valores éticos personales. No es posible una satisfactoria globalización de la cultura sin un profundo arraigo en las propias tradiciones. No es posible una globalización de la solidaridad sin una vivencia comprometida de la caridad. No es posible una globalización de la evangelización sin un adecuado enraizamiento en una auténtica fe personal.

En este contexto de la globalización de la civilización actual no deja de ser un signo elocuente la invocación de la Santísima Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, que resuena en todo el Continente bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de toda América. Elevemos nuestra oración a ella que, porque ha amado tanto al Hijo de Dios, no ha podido menos que manifestar su amor y su maternal protección a todos sus hijos en este Continente americano.

Eminetísimo Señor Cardenal Jan P. Schotte, C.I.C.M.

Denver (U.S.A.) - 26 de Marzo de 1998