Eduardo Regal

Introducción

«. y entrando en la morada hallaron al Niño con María, su Madre, y postrándose le adoraron, y abriendo sus tesoros le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra». Este pasaje del Evangelio según San Mateo nos trae a la memoria a aquellos hombres que habiendo contemplado en el firmamento una estrella singular, emprendieron una larga jornada siguiendo la ruta que el astro señalaba: los Magos del oriente. No tenemos muchos datos sobre estos personajes, pero es posible concluir que fueron hombres sabios dedicados a las ciencias, entre ellas la astronomía. Desde esta perspectiva, podemos considerar que estos hombres poseían una técnica avanzada para su tiempo -con instrumentos adecuados- para la observación del firmamento y las estrellas. Según algunos autores estos misteriosos Magos utilizaron su saber, su ciencia y su conocimiento técnico en la búsqueda de un Rey, que según antiguas tradiciones habría de gobernar a las naciones. Finalmente encontraron al Rey, pero no se trataba de cualquier rey sino del Rey de Reyes, el Verbo de Dios que se hizo Hijo de la Inmaculada Virgen María para reconciliación de toda la humanidad. Y contemplándolo, se postraron adorando al Niño redentor y ofreciéndole sus preciosos dones.

He querido resaltar en este hermoso pasaje de la Epifanía del Señor, la ciencia y la técnica que poseían los Magos del Oriente. Ellas, lejos de haberlos conducido por caminos errados permitieron que llegaran ante Aquel que da sentido pleno a todo el quehacer humano, incluyendo a las mismas ciencia y técnica. Esto nos sitúa en la perspectiva de lo que señala el Catecismo de la Iglesia Católica: «La ciencia y la técnica son recursos preciosos cuando son puestos al servicio del hombre y promueven su desarrollo integral en beneficio de todos; sin embargo, por sí solas no pueden indicar el sentido de la existencia y del progreso humano. La ciencia y la técnica están ordenadas al hombre que les ha dado origen y crecimiento; tienen por tanto en la persona y en sus valores morales el sentido de su finalidad y la conciencia de sus límites». Pero no siempre se da este sentido y valoración de la técnica. Incluso se puede añadir que la complejidad del desarrollo tecnológico presenta numerosas ambigüedades, esto es que ofrece luces y sombras para la vida del ser humano y su convivencia social.

Profundas interrogantes

«En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad». Este planteamiento formulado por el Concilio Vaticano II hace tres décadas mantiene la misma vigencia, y quizá podríamos decir que incluso tiene mayor fuerza hoy que en aquel entonces. El Concilio ofrece un horizonte de cara al tercer milenio. Así, por ejemplo, la constitución Gaudium et spes ofrece un claro análisis de la situación del ser humano situado en un mundo que entonces como hoy se abre al tercer milenio de la fe. Por ello vale la pena situarnos en esa valiosa perspectiva en nuestras reflexiones.

En los días del Concilio, la Iglesia, con plena consciencia de lo permanente, pero al mismo tiempo sensible a los cambios profundos, se preguntaba por la situación de la persona humana en el mundo, buscando «escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio». El primer rasgo que señalan los Padres Conciliares es que «el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero». Son cambios provocados por «el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es esto así, -sigue la Gaudium et spes- que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural». Las profundas transformaciones e interrogantes de las que habla el Concilio, tienen connotaciones de orden social, cultural, psicológico, moral, religioso y familiar. Y en medio de estos cambios profundos, la Gaudium señalaba ya, con extraordinaria claridad, que «el espíritu científico modifica profundamente el ambiente cultural y las maneras de pensar. La técnica, con sus avances, está transformando la faz de la tierra».

Hoy en día, pasadas más de tres décadas, podemos contemplar unos avances tecnológicos -quizá de dimensiones mayores a las vislumbradas por los Padres del Concilio-, que se pueden situar en el vertiginoso cambio ya constatado en la enseñanza conciliar. Las interrogantes entonces aplicadas respecto al desarrollo de la técnica, cobran hoy en día especial relevancia. La situación actual de la tecnología y la experiencia de los últimos años nos permiten suponer un crecimiento cada vez más acelerado y complejo de lo que se viene llamando «nuevas tecnologías». Esta realidad y el horizonte que se prevee se presenta colmado de grandes promesas y al mismo tiempo de inmensos desafíos; cargado de esas «esperanzas y temores» de las que habla la Gaudium et spes.

Tecnocentrismo

La complejidad del desarrollo tecnológico viene suscitando en el mundo posiciones muy diversas. Diferentes calificativos han ido apareciendo para identificar las actitudes opuestas de rechazo y de entusiasmo: tecnófobos y tecnófilos, son quizá de las expresiones más conocidas; apocalípticos e integrados, título de un libro de Umberto Eco publicado en 1965; o también humies y techies, en relación a aquellos con una tendencia más humanista -los primeros- y más instrumental -los segundos-.

Los así llamados tecnófobos rechazan -en mayor o menor grado- los sistemas o adelantos tecnológicos, viendo en ellos principalmente graves consecuencias para el desarrollo de la persona humana y la sociedad. Muchas veces este rechazo de la tecnología manifiesta un cierto anhelo de un mundo sin tecnología, un supuesto mundo «pre-tecnológico» -que ciertamente nunca ha existido- en el que el ser humano sería capaz de vivir y desplegarse sin recurso alguno a la tecnología. Por su parte, los llamados tecnófilos -también, en un mayor o menor grado- consideran que en los avances de la tecnología y en su desarrollo, la humanidad sería capaz de hallar todo lo necesario para su «plena realización», usualmente en una reductiva perspectiva intramundana. Vislumbran un futuro tecnológico de características «casi paradisiacas», una suerte de «utopía tecnológica».

Aunque las dos posiciones aportan elementos sugerentes para la reflexión, la polarización de las posturas lleva a reducciones y simplificaciones de la realidad. Ambas tendencias dirigen su atención a la tecnología y lo que sería el futuro tecnológico, en un caso para rechazarla y en el otro para acelerar su llegada, con los matices señalados. Sin embargo, en su aproximación a la tecnología ambas caen en el vicio de otorgar a la técnica, en relación al ser humano y a la sociedad, un papel demasiado protagónico, cayendo en lo que se ha denominado tecnocentrismo. Vistas desde tal filtro, por ejemplo, las incidencias de los instrumentos técnicos sobre la identidad personal e incluso comunitaria aparecen como determinantes sobre la identidad del sujeto y en consecuencia sobre la comunidad. Pero, partiendo de este vicio de perspectiva, las conclusiones a las que pueden llegar los agoreros quedan bastante distorsionadas por los presupuestos de los que parten, más aún si el análisis se realiza sobre un sector patologizado de la población.

El tecnocentrismo, coloca a la técnica como centro de la reflexión en torno a la cual gira toda la aproximación a la realidad. Desde esta perspectiva la tecnología se convierte en un filtro -incluso en «el» filtro- de las demás expresiones de la experiencia humana y de la cultura. Por esta razón, es necesario ante todo cuidarse de no caer en ese reduccionismo tecnocéntrico que manifiestan ambas aproximaciones mencionadas -la de los tecnófilos y la de los tecnófobos-.

El tecnocentrismo del que venimos hablando lleva también a que se le otorgue a la tecnología una autonomía fundamental en relación al ser humano. Más aún se le confiere un carácter determinante que conduce a un determinismo tecnológico, por el cual la tecnología influiría de tal manera sobre el ser humano y su cultura que todo sería condicionado por ella y más aún determinado por ella. Desde esta aproximación, las diversas realidades humanas y la cultura en general no sólo se ven afectadas sino más bien se ven modeladas por la tecnología imperante. Ciertamente hay que decir que una perspectiva tal puede llegar a «cargar» el uso práctico de las tecnologías dotándolas así de efectos que como un «presente griego» se introducen en su uso a través de dichos presupuestos sesgando su impacto en el ámbito del uso práctico.

Algunos autores interpretando la conocida expresión «el medio es el mensaje» de Marshall McLuhan ven en ella una expresión de esta visión determinista. Las interpretaciones de su frase-metáfora van en la línea de que para McLuhan el medio no sólo condiciona la expresión del mensaje, sino que hace más: el medio corrompe o modela de tal manera el mensaje que llega incluso a identificarse con él. En esta afirmación de McLuhan no se puede dejar de advertir que se le da una importancia desmedida a los medios y a sus tecnologías, en desmedro del resto de factores que influyen en la persona, en la comunicación, en la sociedad y en una determinada cultura. Resulta por lo menos sorprendente que se postule una metamorfosis de los valores, la educación, la familia y tantos otros factores al medio convirtiéndolo así en el megafactor o quizá en el principal factor de configuración de una cultura. Sin ignorar las influencias del medio sobre la persona y sobre la sociedad misma, parece un exceso dotarlo de esa función «totalitaria».

Un análisis más profundo del reduccionismo tecnocéntrico, nos lleva a considerar una cierta mentalidad tecnologista que hunde sus raíces en el Renacimiento y se afianza en la Ilustración. Uno de sus componentes principales es un reduccionismo metodológico que «recorta la realidad a lo mensurable, a grosores, longitudes; a lo material en última instancia». Se puede llegar incluso a hablar de una cierta ideología tecnologista, que tendría como una característica importante el agnosticismo funcional que Luis Fernando Figari señala como «la prescindencia y más aún banalización de Dios, que lleva a su marginación fáctica de la vida y de la cultura, y a su sustitución por los ídolillos de siempre (poder, tener y experimentar placer a cualquier costo), claro que debidamente maquillados para el tiempo presente». Esta suerte de ideología tecnologista, es pues en su esencia secularista y por lo tanto prescinde de Dios y de la dimensión trascendente del ser humano. La actitud básica es la indiferencia y finalmente un endiosamiento de la tecnología y de la mentalidad tecnologista, haciendo de la técnica un ídolo, es decir generando una tecno-idolatría. La técnica, en el caso de los Magos del oriente les permitió alcanzar la Luz, la Verdad de Dios hecho hombre. La idolatría de la técnica es más bien un sendero que conduce a la oscuridad, al error y en cierto sentido es una reedición o prolongación de aquella funesta actitud del «querer ser como dioses» del relato del Génesis. Sucumbir pues a al influjo de dicha tecno-idolatría ciertamente afecta a la persona, pues paradójicamente en la medida que se deja absorber en «la riqueza tecnológica» se va empobreciendo como ser humano, dejándose hechizar por los instrumentos técnicos y subyugar bajo ellos. Esta perspectiva plantea una línea de reflexión sobre la relación del ser humano con el instrumento técnico.

Ante este panorama se hace evidente que si uno se desliza a una aproximación tecnocéntrica corre seriamente el riesgo de perder de vista el núcleo de la pregunta por la tecnología. Los cambios tecnológicos y su valor real en términos de progreso y desarrollo humano, no se miden en las categorías cuantitativas de mayor o menor tecnología. «El progreso no es todo cambio en abstracto. Para saber si realmente un cambio es progreso se hace indispensable contrastarlo con la realidad del ser humano, de su naturaleza, su dignidad y su destino según el Plan de Dios... Pero si atenta contra el ser humano, su vida, su dignidad, su naturaleza, su destino, jamás se podrá reconocer como progreso, sino que más bien es un flagrante retroceso». Una racionalidad tecnológica, que busca la eficacia por la eficacia, y no se orienta al sentido último del ser humano, está desde sus cimientos destinada al error y rompe con la deseable armonía entre el ser humano y la técnica que genera.

¿Entonces cómo aproximarnos a la problemática de la tecnología? ¿Cómo juzgar las consecuencias del desarrollo tecnológico de hoy y del futuro y sus efectos prácticos sobre el ser humano sin caer en la reducción tecnocentrista? «Los criterios de orientación -señala el Catecismo de la Iglesia- no pueden ser deducidos ni de la simple eficacia técnica, ni de la utilidad que puede resultar de ella para unos con detrimento de otros, y, menos aún, de las ideologías dominantes. La ciencia y la técnica requieren por su significación intrínseca el respeto incondicionado de los criterios fundamentales de la moralidad; deben estar al servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, conforme al designio y la voluntad de Dios». Así, el criterio de discernimiento se esclarece finalmente a la luz del Evangelio, en el misterio del Acontecimiento del Verbo encarnado, en la persona del Señor Jesús, quien revela plenamente el hombre al propio ser humano y le descubre su altísima vocación.

La «era digital»

Con el advenimiento del nuevo medio digital han aparecido nuevas expresiones que poco a poco van dejando de ser curiosas referencias utilizadas sólo entre los entendidos para ir integrándose al «lenguaje común». Los colegios y universidades son ámbitos especialmente fértiles para la propagación de nuevos conceptos como bit, byte, cyberspace, cybercafes, hacker, virtual reality, e-mail, cyberlaw, information age, globalization, hypertext, e-cash o www. Otros nuevos conceptos todavía poco empleados expresan realidades futuras y en algunos casos ya existentes pero no difundidas. Tal es el caso por ejemplo del teleputer, de George Gilder; bodynets, smart rooms o virtual neighborhood de Michel Dertouzos; data smog de David Shenk o information highway de Bill Gates, sólo por citar algunos. El mismo tiempo en que vivimos y la sociedad vienen siendo calificados también con nuevas expresiones: information age, digital era, computer age, information technologies age, information society, network society y technological culture entre otros.

Pero ciertamente la incidencia de las nuevas tecnologías digitales no se circunscribe a los nuevos conceptos, aunque esto no es poco en sí mismo. Realizar una enumeración de las nuevas tecnologías y las numerosas realidades que presenta resultaría una tarea sumamente extensa, y fuera de lugar aquí. Pero quizá el elemento que podríamos identificar como el «común denominador» entre todas ellas es la computadora. Hemos llegado al punto de poder decir que casi todas -o todas- las nuevas tecnologías significativas de hoy, tienen alguna relación con la computadora. Ya sea en sus primeros bocetos, en su diseño, en su construcción o elaboración, en su período prueba, en su uso o puesta en práctica, o en su evaluación. En algunas sociedades la computadora va dejando de ser un instrumento o aparato ajeno a la vida cotidiana y va abriéndose camino entre las llamadas «tecnologías transparentes», aquellas que por la familiaridad en su uso cotidiano, dejan de llamar la atención y forman parte del entorno común personal, familiar, comunitario o laboral.

El desarrollo de la tecnología digital de la computadora, ofrece nuevas posibilidades tanto en los niveles más especializados y complejos del desarrollo del conocimiento humano, así como en las aplicaciones más comunes y cotidianas. Los expositores que me han antecedido ya han profundizado en varios de estos nuevos recursos. Fenómenos como la Internet y el ciberespacio van abriendo horizontes que todavía no alcanzamos a comprender con la deseable claridad. El correo electrónico, la www, las llamadas comunidades virtuales y las conversaciones on-line, la educación asistida por computadora o a través de Internet y los cyberschools, los mundos de «role playing» o MUDs, el hipertexto, el creciente comercio electrónico, la llamada globalización, la ingeniería genética o la biotecnología son sólo algunos ejemplos de estos nuevos horizontes que no pocas veces son desafíos.

Con mucho temor algunos y otros con gran entusiasmo, ven una fuerte influencia de las nuevas tecnologías en la identidad personal, en las relaciones humanas, en la vida comunitaria y en la sociedad. Sin embargo la pregunta sobre su influencia en términos de efectos prácticos es inabarcable e incompleta. En un reciente mensaje el Arzobispo Chaput citaba un refrán popular en los Estados Unidos: «fools with tools are still fools». El refrán, en forma clara y directa, señala esto que queremos hacer notar. El instrumento, la herramienta o la técnica no hace mejor al ser humano por lo que tiene en sí misma y tampoco se le puede atribuir a la técnica un juicio de valor moral, sin tomar en cuenta a la persona. No se puede desligar a la tecnología de su entorno, de sus circunstancias. Sobre todo no se la puede desligar del propio ser humano que la diseña y hace uso de ella. Casi habría que subrayar que la tecnología es para el ser humano y no el ser humano para la tecnología. En tal sentido con todo lo valioso que puede aportar la tecnología a la realidad y desarrollo de la persona humana, no se espere que ella pueda cambiarla ontológicamente. La persona que usa la tecnología la usa según su propia realidad y naturaleza. De ahí que algunas evaluaciones de carácter alarmista sobre la negativa influencia de la computadora y la Internet sobre la «identidad» de la persona al moverse en universos patológicos, predeterminan el resultado por los presupuestos y por la naturaleza de la muestra.

Las nuevas tecnologías y la cultura

Esto nos permite retomar el hilo conductor inicial y la precaución de no aproximarnos a las nuevas tecnologías mencionadas, desde una visión tecnocéntrica. La aproximación a las nuevas tecnologías no puede prescindir de su ubicación en una cultura determinada. La relación que las nuevas tecnologías tienen con la persona y la sociedad está en función de su entorno cultural. La tecnología constituye uno de los factores que conforman una cultura. «La cultura es el universo humanizado que una colectividad se crea, consciente o inconscientemente: es su propia representación del pasado y su proyecto del futuro, sus instituciones y sus creaciones típicas, sus costumbres y sus creencias, sus actitudes y sus comportamientos característicos, su manera original de comunicar, de trabajar, de celebrar, de crear técnicas y obras reveladoras de su alma, y de sus valores últimos».

En este sentido la tecnología, y por lo tanto las nuevas tecnologías, entran en interrelación dinámica y constante con los demás componentes que conforman una cultura. Puede inclusive llegar a convertirse en uno de los factores de transformación socio-cultural. Se puede concluir de lo dicho, que esta estrecha relación lleva a que la tecnología sea, en algún modo, una expresión de la cultura a la cual pertenece y por otro lado, que a su vez la tecnología, aporte a esta cultura. Pero el más importante elemento en esta relación tecnología-cultura es la libertad del ser humano que le da a la técnica un espacio en la cultura en el cuál ésta brota y se desarrolla. En una cultura como las nuestras de marcados tintes agnósticos, economicistas, consumistas, pragmáticos y secularistas, la tecnología está en muchas de sus expresiones sesgada (biased) por estas características tanto en los fines para los que es concebida como en el uso que se hace de la misma.

Tecnología al servicio de la Nueva Evangelización

Una cultura de fuertes valores éticos, morales y religiosos se manifestará en sus diferentes expresiones; una de ellas, como se viene enunciando es la tecnología. Sin embargo, como mencionara claramente el Papa Pablo VI, «la ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De allí -sigue el Papa- que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Éstas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva. Pero este encuentro no se llevará a cabo si la Buena Nueva no es proclamada».

¡Qué oportuno programa para nuestros días! Los nuevos medios digitales pueden ser los «nuevos areópagos» de nuestros días, desde los cuales proclamar la Buena Nueva. Pero así como es oportuno el programa, lo es también el diagnóstico. No es difícil constatar, que las nuevas tecnologías manifiestan, a veces grotescamente, esa ruptura entre el Evangelio y la cultura. Muchas veces, en vez de proclamar una verdadera «cultura de vida», las nuevas tecnologías difunden las lacerantes heridas de una «anticultura de muerte».

Así pues, una recta utilización de las nuevas tecnologías puede enmarcarse en la dimensión de la evangelización de la cultura en una doble dinámica. Por un lado en cuanto al esfuerzo por iluminar desde el Evangelio las diversas realidades de las nuevas tecnologías y por otro, en utilizar los recursos ofrecidos por estas nuevas tecnologías al servicio del anuncio evangelizador. Una Nueva Evangelización, «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».

Ambas dimensiones se presentan en nuestros días como tareas con carácter de urgencia. Por una parte, la Iglesia debe trabajar incansablemente por hacer sentir con fuerza su presencia evangelizadora en el universo de las nuevas tecnologías, comunicando en forma decididamente activa y creativa, la reconciliación que nos ofrece el Señor Jesús y sus consecuencias morales, sociales y culturales. Por otra, hacer uso de los muchísimos recursos que ofrecen las nuevas tecnologías, tal como propusieron los obispos latinoamericanos reunidos en Santo Domingo cuando señalaron que «es hoy imprescindible usar la informática para optimizar nuestros recursos evangelizadores».

En este sentido la Iglesia viene realizando algunos esfuerzos significativos. En América del Norte y en Europa el avance es mayor que en América Latina, a pesar de que allí está el mayor número de católicos del mundo. Sin embargo, recogiendo las numerosas iniciativas de la reciente Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, en América Latina ya se vienen desarrollando importantes avances de servicio eclesial a través de las nuevas tecnologías.

Considerando la magnitud de la tarea y de los recursos a nuestro alcance, estos pioneros intentos son todavía pequeños. Lo que queda claro es que ya no se puede ignorar o prescindir de estas nuevas tecnologías y su influencia en el ser humano y en su cultura. El Pueblo de Dios está llamado a desempeñar en el mundo la misión que le ha confiado el Señor. Desde la Verdad que custodia y transmite la Iglesia debe discernir lo que es bueno y alentar todas aquellas iniciativas que pongan las nuevas tecnologías al servicio del ser humano y del anuncio de la Buena Nueva.