Viernes 07 de Julio de 2017

En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: “Sígueme”. Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: “¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?”. Mas Él, al oírlo, dijo: “No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: “Misericordia quiero, que no sacrificio”. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.

Comentario:

En este Evangelio Jesús se presenta como el médico, el que ha venido a sanar, a salvar. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Jesús viene a librarnos de la herida del pecado. Y hay dos elementos propios de Cristo, cada vez que viene a sanarnos. En primer lugar, Jesús nos cura con el ungüento de su misericordia. El Señor quiere que nos convirtamos y la manera concreta como busca nuestra conversión es regalándonos su misericordia, nos quiere curar con su perdón. El perdón transforma corazones, mucho más que la ira, la impaciencia, el castigo. Eso probablemente es lo que siente Mateo, se topó con la mirada misericordiosa de Jesús. Apenas sintió en su corazón aquella mirada, se levantó y lo siguió. Porque el Señor cuando nos perdona, nos perdona todo y no nos reclama nada. Jesús no le lanza un reproche de castigo por sus pecados.

Y esto es verdad: la mirada de Jesús nos levanta siempre. Una mirada que te eleva, que jamás te deja ahí postrado. Jamás te abaja, jamás te humilla. Es una mirada que te hace crecer, ir adelante, que te da valor, porque te quiere. Jesús te hace sentir que Él te quiere. Y esto te da el valor para seguirlo. Qué experiencia más intensa, que nos mueve a la conversión, a dejarlo todo y seguirlo. Hoy Jesús también nos mira así, con misericordia y nos pide que también seamos misericordiosos con los demás.

Y el segundo elemento, junto con la misericordia su mejor receta es una invitación: sígueme.

Hoy y todos los días Jesús nos dice: sígueme. Porque lo que al Señor más le importa no son nuestras caídas, sino nuestro constante deseo de dejarlo todo y continuar el camino, seguir cada día más de cerca a Jesús. Como dijo San Beda el Venerable sobre este pasaje de San Mateo: “Jesús, mirándolo con misericordia, lo escogió”. Así también el Señor nos mira con compasión porque conoce nuestras fragilidades, pero aun así nos llama, nos escoge y nos invita a que lo sigamos.

P. Juan José Paniagua