Segundo Día de la Novena a San Agustín sobre la Fe

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Segundo Día

“Se cruza ese umbral (de la fe )cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida.”(Benedicto XVI, Porta Fidei 1)

Lectura Bíblica: Mc. 10, 46-52

Un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»  Jesús se detuvo y dijo: «Llamenle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo, levántate! Te llama».  Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús.  Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el  camino.

Dice San Agustín: Sermón 88, 14

¿De qué forma serán sanados nuestros ojos? Del mismo modo que por la fe experimentamos a Cristo que pasa en el tiempo… El ojo recibe su curación cuando comprende que Cristo es Dios. Entienda esto vuestra caridad; poned atención al gran misterio que voy a decir. Todo lo realizado en el tiempo por nuestro Señor Jesucristo nos inculca la fe.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria

Oración Final

Señor, estabas dentro de mi,
pero yo de mi mismo estaba fuera.
Y por fuera te buscaba... Estabas conmigo,
pero yo no estaba contigo.
Me mantenían alejado aquellas cosas que,
si en ti no fuesen, no existirían.
Pero me llamaste, gritaste, derrumbaste mi sordera. Brillaste, resplandeciste, ahuyentaste mi ceguera. Derramaste tu fragancia, la respiré y suspiro por ti. Gusté, tuve hambre y sed.
Me tocaste y ardo en deseos de tu paz.
Que yo te conozca, Dios mío,
de modo que te ame y no te pierda.
Que me conozca a mi mismo,
de tal manera que me desapegue de mis intereses y no me busque vanamente en cosa alguna.
Que yo te ame, Dios mío, riqueza de mi alma,
de modo que esté siempre contigo.
Que muera a mi mismo y renazca en ti.
Que sólo tú seas mi verdadera vida
y mi salud perfecta para siempre. Amén

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.