Miércoles 08 de Marzo de 2017

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás. 

Comentario:

Hoy el Señor llama a los judíos de su época, a la gente religiosa de su época "generación perversa", pervertida, malvada. Les dice perversos porque han endurecido el corazón a Dios. Porque se han desviado del camino. Eso significa pervertir: desviar del camino recto, desorientar y llevar a la perdición. Por eso cuando le cerramos el corazón a Dios nos pervertimos, porque nos desviamos y también empezamos a desviar a los demás con nuestro mal testimonio. Porque cuando sacamos a Dios del centro de nuestra vida, vamos cayendo en un espiral, donde el centro nos convertimos nosotros mismos. Nos vamos volviendo egocéntricos y le cerramos el corazón a los hermanos. 

Por eso el Señor nos llama a la conversión. Así como Jonás fue el signo para la conversión de esa ciudad perversa que era Nínive, a nosotros se nos ha enviado una señal mucho más grande, de la cual Jonás sólo fue figura: Cristo. Cristo se ha hecho hombre para que cambiemos nuestro corazón cerrado. Ésa es la invitación: que cada día miremos más a Jesús. Porque el arrepentimiento, la conversión diaria a la que estamos invitados, que no brote solamente por ver nuestros pecados, por ver nuestras faltas y decir: ya no los quiero cometer más. Eso está muy bien. Pero quizá podemos dar un paso más. Que nuestro deseo de conversión brote sobre todo por la esperanza de alcanzar un bien, que es Jesús. No corramos esta carrera con los ojos fijos en los obstáculos, no tengamos esa visión corta, pequeña. Corramos mejor esta carrera mirando a la meta, que es Cristo, en el gozo de encontrarnos con Él y compartirlo con los demás. El Papa Francisco denunciaba esto con una figura muy clara. Decía: no busquemos la santidad de lavandería. Esa que se preocupa solamente de ser perfectos, el perfeccionismo, como si la conversión significara que ya no me puedo equivocar, simplemente tener la sábana limpia, impecable. ¿De qué nos sirve si no tenemos el celo por anunciar a Jesús, por perdonar, por llevar su misericordia y esperanza a los demás? Eso podría ser un mero perfeccionismo mundano, no una verdadera conversión que brota de Dios. Que nuestro deseo de estar con Dios que sea lo que mueva nuestra conversión.

P. Juan José Paniagua