Martes 16 de Mayo de 2017

En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discí­pulos: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oí­do que os he dicho: “Me voy y volveré a vosotros”. Si me amarais, os alegrarí­ais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Prí­ncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”.

Comentario:

A veces, cuando llegamos a un lugar bonito, apartado, tranquilo, lejos del ruido de las actividades diarias, decimos, "qué paz se siente aquí­". Y está bien. Pero esa sólo es una paz momentánea, pasajera, que se acaba con el paseo. Hay una paz más profunda y duradera, que es la que buscamos los cristianos. Es la paz en medio del mundo; en medio de los esfuerzos, de las preocupaciones del trabajo, familiares y personales. Esa es la paz que Jesús nos deja, es la paz que Jesús nos da. Porque la paz no es no tener problemas, la paz es estar en comunión con Dios.

"No se turbe vuestro corazón ni se acobarde" nos dice hoy el Evangelio. No dice "no sintamos nunca miedo", sino: no nos acobardemos. Porque para lograr la paz, hay que luchar, hay que estar en actitud de combate. Por eso el Señor nos dice "que no nos da la paz como la da el mundo". No es la paz mundana de la comodidad, del confort, del placer de no tener nada en contra, sino que todo y todos están a tu favor. Es más bien la paz del combate hombro a hombro junto al Señor. Es la paz de vivir el amor hasta que duela, como decí­a la Madre Teresa de Calcuta y si duele, es buena señal, nos decí­a la beata. Quizá por eso ella y los santos nos transmití­an tanta paz.

Vivamos en esa paz. Hoy Jesús lo ha dicho: "el Prí­ncipe de este mundo en mí no tiene ningún poder". El mal no es más fuerte que el bien. Si estamos con el Señor podemos estar en paz y no tenemos qué temer.

P. Juan José Paniagua