Lunes 06 de Febrero de 2017

Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.

Comentario:

En la basílica San Pedro en Roma, hay una imagen de este apóstol con las llaves en la mano, y la gente hace fila para tocarle el pie, tanto así que está completamente desgastado por el roce. Y es que así somos los seres humanos. Muchas veces necesitamos tocar las cosas para sentirlas, para expresar ese deseo de cercanía.

Hoy hemos escuchado un Evangelio corto, donde la multitud, sobre todo los que se sentían necesitados de Dios, buscaban a Jesús. Y llama la atención la frase que dice: "y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados".

Creo que nosotros, nos podemos ver muy identificados en estas personas. Estamos hambrientos de Dios y necesitamos tocar a Dios, necesitamos estar en contacto frecuente con Él, estar muy cerca. Porque el contacto con Jesús también nos sana. Busquemos al Señor, estemos en contacto con Él. Y busquémoslo sobre todo en la oración, porque ahí entramos en comunión con Él. En ese diálogo íntimo aprendemos a ser amigos, aprendemos a confiar.

Y sobre todo estar en contacto con Jesús en los sacramentos. Quizá en la confesión se ve de manera muy clara cómo realmente el contacto con Jesús nos sana, nos cura de las heridas del pecado, nos perdona todo. Llena con su amor ese vacío que ha dejado en nosotros el egoísmo. Y donde probablemente más se percibe ese contacto cercano, es en la Eucaristía, donde Jesús no sólo se dejar tocar, sino que se deja comer, se hace alimento para que entremos en comunión con Él.

P. Juan José Paniagua