Infancia de una santa

Ángela nació el 21 de marzo de 1474, en Desenzano, puerto de pesca a orillas del lago de Garda, a treinta kilómetros de Brescia. Su padre, Juan de Merici, y su madre, Biancosi, vivían en la granja de los Grezze, subsistente en la actualidad, de la cual eran propietarios. Ángela era la última de cinco hijos: tres niños y dos niñas.

La casa paterna era un verdadero santuario; se vivía y trabajaba continuamente con el pensamiento de «Dios me ve»; se rezaba en común; por la tarde, la lectura de un libro de piedad o la Vida de los Santos daba fin a los trabajos del día.

Ángela seguía con extremado esmero e íntima satisfacción estas piadosas prácticas. Con tan santas ideas y elevados pensamientos, se trazó un género de vida que tenía mucho de retiro y soledad. Con la ayuda de su hermana, que tenía aspiraciones muy semejantes, transformó en oratorio una habitación reducida, donde se retiraban cada tarde a horas determinadas para orar y cantar las divinas alabanzas. A estos ejercicios juntaba Ángela los rigores de la penitencia. A los nueve años consagró a Dios su virginidad, haciendo voto de guardarla, y persuadió a su hermana para que hiciera lo mismo. Desde entonces renunció a todos los adornos mundanos, y su única preocupación era complacer en todo a Nuestro Señor Jesucristo.

Ángela estaba dotada de rara hermosura: poseía una abundante cabellera, cuyos bucles de oro flotaban a merced del viento. Un día, oyendo alabar su belleza se turbó y, no pudiendo cortar sus doradas trenzas sin singularizarse imprudentemente, optó por anular su brillo empleando una extraña loción, compuesta de agua, hollín y miel.

Tenía trece años cuando, a sus instancias, fue admitida a la primera comunión. Hubiera querido comulgar todos los días, pero la lamentable costumbre de las comuniones tardías y raras, esclavizaba a las almas amantes de Jesús en la Eucaristía. Por lo cual, cuando Jesús venía a su alma estaba en el colmo de la felicidad: pasaba todo aquel día sin querer tomar ningún otro alimento, y tenía sabrosísimos coloquios con su dulce y amable Jesús.