¿Hay Sectas dentro de la Iglesia Católica?

Reflexiones Sobre el concepto de Secta y respuesta a algunas acusaciones dirigidas a grupos católicos

Por el Cardenal Christoph Schönborn. O.P., Arzobispo de Viena

 

Clarificación de conceptos
Desde hace algún tiempo, en los medios de comunicación social se habla de "sectas intra-eclesiales" o de "sectas intra-católicas". Se quiere así criticar una serie de movimientos y comunidades que han surgido en los últimos decenios. Antes, a muchos de estos nuevos grupos se les solía tachar de "conservadores" o "fundamentalistas"; ahora se los trata de aislar como "sectas intra-eclesiales" . Nos quieren alertar contra ellos como contra las sectas clásicas o las así llamadas "religiones de los jóvenes", que constituyen un peligro para la salud psíquica de las personas y las tratan de modo inhumano. Muchos fieles saben que siempre ha habido, y hay también hoy, sectas que se separan del cristianismo. Pero a muchos cristianos les resulta sorprendente que existan sectas también dentro de la Iglesia, aunque esos grupos hayan obtenido el reconocimiento y la aprobación de la Iglesia.

El concepto de secta
El concepto de secta surge en el ámbito religioso-eclesial, pero recientemente se ha ampliado también a una dimensión político-social. Por eso, está perdiendo su precisión científica y su carácter inequívoco. En el lenguaje común se usa cada vez más como un eslogan para señalar a ciertos grupos que se considera peligrosos, porque transgreden valores fundamentales de la sociedad democrática liberal. Por lo general hoy se suelen considerar como signos distintivos de una secta: la formación de grupos selectos que se apartan del ambiente social y con frecuencia se oponen a él; y la creación de formas alternativas de vida que a menudo llevan a extremos lejanos a la realidad y a exageraciones malsanas. Como características internas de una secta, además del intento de conservar una meta o un ídolo espiritual opuesto a lo convencional, se suelen citar: el rechazo de valores fundamentales hoy, como la libertad personal y la tolerancia, así como una búsqueda, a veces militante, de las actitudes opuestas, un estilo de vida totalitario; la supresión de la conciencia de los miembros; la exclusión de los que están fuera del grupo; y cierta tendencia a controlar la sociedad o algunos de sus sectores. A un grupo, en el que se manifiestan algunas de estas características, se le suele llamar secta.

En el lenguaje religioso, que es el más adecuado (y, por ello, el más preciso) para tratar el problema, una secta es un grupo que se ha separado de las grandes Iglesias, de las Iglesias populares. A menudo las sectas conservan algunos valores, ideas religiosas o formas de vida de las comunidades eclesiales fundamentales, pero los absolutizan, aíslan y realizan en una vida comunitaria rígidamente separada de la unidad originaria y orientada a la conservación y la protección de sí misma. He aquí algunos signos distintivos, vinculados con estos datos fundamentales: ideas religiosas desequilibradas (por ejemplo, la inminencia del fin del mundo); el rechazo de toda comunicación espiritual con personas que piensen de otra manera; un entusiasmo exagerado al presentar y realizar la propia visión; un fuerte proselitismo y un convencimiento exagerado de su misión con respecto a un mundo al que se desprecia; un absolutismo de la salvación que limita la posibilidad de alcanzarla a un número determinado de personas que pertenecen a dicho grupo.

En la teología católica una secta se caracteriza sobre todo por el abandono de la verdad bíblico-apostólica común y de los contenidos centrales de la fe. Por eso, a juicio de la Iglesia, la secta siempre está vinculada con la herejía y el cisma.

No se necesita haber estudiado teología para reconocer la contradicción fundamental que implica el eslogan: "sectas intra-eclesiales". La presunta existencia de sectas dentro de la Iglesia conlleva indirectamente también un reproche al Papa y a los obispos, que tiene la responsabilidad de examinar las asociaciones eclesiales para ver si su doctrina y sus actividades van de acuerdo con la fe de la Iglesia. Por eso, el hecho de que la autoridad de la Iglesia no reconozca a una asociación forma parte esencial de la determinación teológico-eclesial de la misma como secta. Las sectas se encuentran fuera de la Iglesia (y también fuera de los compromisos ecuménicos). Las sectas se hallan aisladas y, por su auto-comprensión, no quieren verse sometidas a examen por parte de la autoridad eclesiástica. Por el contrario, las comunidades eclesiales reconocidas se mantienen en contacto continuo con los responsables en la Iglesia. Sus estatutos y su estilo de vida son examinados. Por ello, no es justo que ciertas instituciones, personas o medios de comunicación tachen de sectas a comunidades reconocidas por la Iglesia, o incluso que llamen "prácticas sectarias" al estilo de vida que sigue los tres consejos evangélicos.

Según la legislación de la Iglesia, los fieles tienen derecho a fundar asociaciones. Corresponde a los obispos y a la Santa Sede el deber de examinar las nuevas comunidades y los nuevos movimientos -con lenguaje paulino, se habla también de nuevos carismas- y, si es el caso, reconocer su autenticidad. La autoridad eclesiástica debe promover y sostener lo que el Espíritu suscita en la Iglesia. También debe intervenir y corregir, si se producen errores o desviaciones en la doctrina o en la praxis. Aquí radica la gran diferencia con una secta, la cual no tiene y no reconoce una autoridad exterior, mientras que los grupos eclesiales se someten consciente y libremente a la autoridad de la Iglesia, siempre dispuestos a aceptar las correcciones que pueda hacerles. Y esta verdad se puede confirmar con numerosos ejemplos concretos.

Libero Gerosa resume los criterios esenciales de los carismas auténticos de la siguiente manera: "Los carismas son gracias especiales que el Espíritu distribuye libremente entre los fieles de todo tipo y con los que los capacita y dispone para asumir varias obras y funciones, útiles para la renovación de la Iglesia y para el desarrollo de su construcción. Algunos de estos carismas son extraordinarios, otros, por el contrario, sencillos y mucho más difundidos, pero el juicio sobre su autenticidad corresponde, sin ninguna excepción, a los que presiden en la Iglesia, a los que compete no extinguir los carismas auténticos" . En todo caso, nadie debería dejarse turbar por el hecho de que los medios de comunicación presenten como "sectas intraeclesiales" a algunas comunidades aprobadas por la Iglesia. Si hubiera dudas o preguntas, siempre existe la posibilidad de informarse con mayor detalle en los organismos competentes de la Iglesia.

El concepto de "fundamentalismo"
La palabra fundamentalismo se refiere originariamente a un movimiento religioso-ideológico que surgió en Estados Unidos antes de la primera guerra mundial. Hacia una interpretación estrictamente literal de la Biblia (sobre todo de los relatos de la creación) y se convirtió en un movimiento colectivo conservador protestante. Los aspectos típicos del fundamentalismo actual, en su país de origen, son: el rechazo de toda visión histórico-critica de los textos bíblicos; la orientación casi mítica hacia un pasado idealizado, el rechazo de to-da valoración positive del desarrollo moderno; un moralismo penetrante y critico sobre todo de los excesos de la sociedad de consumo, a veces también ciertas tendencias políticas de extrema derecha y afirmaciones créticas sobre la democracia. En la filosofía y sociología modernas ese fundamentalismo americano, como expresión de la American civil religion, es valorado críticamente, pero, a pesar de todo, se le considera un fenómeno serio frente a las aporías del liberalismo extremo. Distinto de este significado es el concepto, elaborado sólo en la década de 1980 en Europa, de un fundamentalismo religioso, expresión bastante confusa e imprecisa. 
Dicho concepto abarca fenómenos tan diferentes como el extremismo fanático musulmán que, en el caso de una desviación de la religión, es también favorable a la aplicación de la pena de muerte y, por otra parte, el compromiso de cristianos católicos de conservar la fe tradicional de la Iglesia .La sospecha de fundamentalismo afecta, sin distinción tanto a algunas asociaciones eclesiales, que desde el inicio han acatado los principios fundamentales de la Iglesia y son fieles al concilio Vaticano II, como a los seguidores de monseñor Marcel Lefebvre.

En el fondo, el concepto de fundamentalismo se utiliza a menudo como eslogan para atacar a alguien, más que como expresión para describir un fenómeno espiritual claramente determinado. En este contexto, se habla a veces también de dogmatismo, de integrismo, de tradicionalismo, de sospecha con respecto a personas que piensan y viven de forma diversa, o del miedo ante la propia decisión.

Lo que la crítica pretende con relación al fundamentalismo es rechazar una actitud de la fe caracterizada por el miedo y la incertidumbre, que no admite ningún desarrollo del dogma y de la comprensión de la verdad, se atiene firmemente a formas y fórmulas rígidas, y no se atreve a exponerse a la praxis de la vida que cambia. Esta forma de crítica es objetiva. Con todo, algunos críticos tienden a considerar fundamentalistas a todos los grupos o movimientos que, a pesar de los múltiples cambios actuales, se mantienen firmes en profesar la existencia de verdades permanentes y de valores que obligan, y que no se apartan "de la plenitud, de la forma estructurada y de la belleza del mundo de la fe católica" . Esos críticos deberían preguntarse si no corren ellos mismos, a veces, el peligro de caer en un relativismo con respecto a los valores y a la verdad, sosteniendo al mismo tiempo cierta pretensión de absoluto, al querer decidir por sí mismos cuáles son los fundamentos de la realidad actual de la vida y de la fe.

En su nuevo libro "La sal de la tierra", el cardenal Ratzinger responde a la pregunta sobre el significado y el peligro del fundamentalismo moderno de modo muy preciso: "Un elemento común a todas esas corrientes, que nosotros llamamos fundamentalistas, es su afán por encontrar una fe segura y sencilla. Esto, en sí mismo, no es malo, todo lo contrario, porque la fe -como tantas veces se nos repite en el Nuevo Testamento- se dirige a los sencillos, a los pequeños, a los que no son capaces de captar complicadas sutilezas académicas. Si en nuestra vida actual pesa tanto la falta de seguridad, las dudas, y la ausencia de fe en la verdad conocida, desde luego no vivimos de acue