Guardia Suiza

Autoridades

Capitán Comandante 
Coronel Elmar Theodor Mäder

Teniente
Jean Daniel Pitteloud

¿Qué es?

Los Helvetii

No todos los peregrinos que vienen a Roma y buscan tomarse una foto con los Suizos que hacen guardia a los ingresos del Vaticano conocen la historia de estos soldados que juraron fidelidad al Papa.

Es necesario regresar en el tiempo hasta el Renacimiento y a los motivos que en 1506 empujaron al Papa Julio II a traer a Roma a los Suizos: soldados helvéticos, por su fuerza de voluntad, nobles sentimientos y fidelidad proverbial, eran considerados invencibles. El gran historiador latino, Tácito, muchos siglos antes había dicho: “Los Helvetii son un pueblo de guerreros, famosos por el valor de sus soldados”. Por esto, los cantones suizos, con sus alianzas con una y otra parte, jugaban un rol importante en la política europea. Como aliados de Julio II, en 1512 decidieron, en efecto, la suerte de Italia y recibieron del Papa el título de “defensores de la libertad de la Iglesia”. En aquellos tiempos en los cuales era normal ser mercenario, el núcleo central de los Alpes alojaba un pueblo de guerreros. Los primeros cantones suizos, con alrededor 500.000 habitantes, dadas las precarias condiciones económicas de aquel tiempo, formaban un país sobrepoblado: la pobreza era grande. No quedaba otra, por ello, que inmigrar y la mejor ocupación entonces era la del mercenario.

Los mercenarios Suizos

Eran 15.000 hombres disponibles para este tipo de trabajao, que era “organizado” y bajo el control de la pequeña confederación de los cantones, la cual daba la autorización para toma de hombres y, como contra partida, recibía grano, sal y otros privilegios comerciales. Los suizos, en general, concebían la guerra como una inmigració temporal, del verano, y por ello, participaban en guerras breves y grandes, para después regresar a casa en el tiempo de invierno con el sueldo y el botín: estos eran los mejores soldados del tiempo. Sin caballería y con poca artillería, esta gente había inventado una táctica de movimiento superior a todas las otras, y por esto esta era requerida e invitada tanto por Francia como España. Eran como murallas con movimiento, impenetrables. No se entendería nada de las luchas en Italia, si no se tuviese en cuenta a estos soldados mercenarios. Ya en el 13 y 14 siglo, tras la independencia suiza, un gran número de gente militaba a Alemania e Italia y porque los cantones no eran capaces de impedir este tipo de inmigración, buscaron, al menos, organizarla.

Los Mercenarios Suizos y Francia

La alianza con Francia fue la más importante y comenzó con Carlos VII en 1453; fue renovada en 1474 por Luis XI, que en las cercanías de Basilea había asistido a la resistencia de 1500 suizos contra fuerzas veinte veces superiores. Luis XI contrató a los confederados suizos como instructores para el ejército francés. La misma cosa fue realizada por el rey de España. Cuando al final de 1400 comenzaron con Carlos VIII las guerras de Italia, los suizos eran considerados por los Gucciardini «el nerbo y la esperanza de un ejército». En 1495 el rey de Francia salvó la propia vida por la invencible resistencia de sus hombres suizos. El servicio extranjero de los confederados fue mejor regulado con la alianza de 1521 entre Francia y los Cantones, por la cual los suizos se obligaban a proveer entre seis y diez mil soldados al rey y Suiza recibía la protección del más potente príncipe europeo. Estos eran aliados y auxiliares permanentes, pero los cantones seguían siendo los verdaderos soberanos de estas tropas y se reservaban el derecho de convocarlas. Estos cuerpos armados tenían una completa independencia, con la propia estructura, propios jueces y estandartes. Las órdenes eran impartidas en su lengua, en alemán, por oficiales suizos y permanecían legados a sus cantones: el regimiento, en fin, era su patria y todas las consietudes fueron confirmadas en todos los acuerdos de los años siguientes.

Los Suizos en el Vaticano

El 22 enero de 1506 se da el nacimiento oficial de la Guardia Suiza Pontificia , porque en este día, un grupo de ciento cincuenta suizos, a la orden del capitán Kaspar von Silenen, del Cantón de Uri, a través de la Puerta del Pueblo entró por primera vez en el Vaticano, donde fueron bendecidos por el Papa Julio II. El prelado Juan Burchard de Estraburgo, ceremoniero pontificio y autor de una famosa crónica de sus tiempos, anotó el hecho en su diario. En verdad, ya antes, Sixto IV había concluido en 1479 una alianza con los confederados, por medio de un tratado que preveía la posibilidad de reclutar mercenarios. Había hecho construir para ellos alojamientos cerca a la iglesia de S. Peregrino, en la actual vía del Peregrino. Inocencio VIII (1484-1492) quiso servirse de ellos contra el duque de Milán. También Alejandro VI se servirá de los soldados confederados durante la alianza de los Borgia con el rey de Francia. En el tiempo de la potente familia Borgia se originaron en Italia las grandes guerras que vieron en primer lugar a los suizos, aleados a su vez de Francia y otras veces sostenedores de la Santa Sede o del Sacro Imperio Romano de nación germana. Cuando los mercenarios suizos escucharon que Carlos VIII, rey de Francia, preparaba una gran expedición contra Nápoles, se precipitaron en mas para ser enrolados. Al final de 1494 están presentes por miles en Roma, de pasaje con el ejército francés que en febrero sucesivo ocupará Nápoles. Entre los participantes de esta expedición contra Nápoles, se encontraba también el cardenal Juliano Della Rovere, el futuro Julio II, que bajo Alejandro VI había dejado Italia y se había dirigido a Francia. Conocía bien a los suizos, también porque unos veinte años atrás había recibido como beneficio, entre otros, también el obispado de Losanna. Algunos meses más tarde, sin embargo, Carlos VIII fue obligado a alejarse velozmente de Nápoles y consiguió forzar el bloqueo y regresar a Francia. En efecto, Papa Alejandro VI había comunicado Milán, Venecia, Imperio Germánico y Fernando el Católico de España en función antifrancés.

El saqueo de Roma

La mañana del 6 de mayo 1527, desde su cuartel general en el convento de S. Onofrio en el Gianicolo, el capitán general Borbone dio la voz de inicio a los asaltos. En uno de estos, en la Puerta del Torrione, mientras trepaba los muros, él mismo fue golpeado a muerte. Tras un momento de duda, sin embargo, los mercenarios españoles rompieron la Puerta del Torrione, mientras invadían el Borgo del Santo Espíritu y San Pietro. La Guardia Suiza , compacta a los pies del obelisco que entonces se encontraba cerca al Campo Santo Teutónico, y las pocas tropas romanas resistieron desesperadamente. El comandante Kaspar Röist, herido, es asesinado por los españoles en su casa a los ojos de la mujer Elisabeth Klingler , y de los 189 suizos se salvaron solo 42, es decir que al último momento, bajo orden de Hércules Göldli, habían acompañado a Clemente VII en su refugio de Castel Sant'Angelo: el resto cayó gloriosamente, masacrado, junto a otros doscientos hombres, en las graderías del altar mayor de San Pedro. La Salvación de Clemente VII y de sus hombre fue posible por el “Passetto”, un pasaje secreto construído por Alejandro VI sobre el muro que une el Vaticano y Castel Sant'Angelo. La horda salvaje tenía prisa por miedo a que las fuerzas de la Liga cortasen el camino de regreso. A través del Puente Sixto, los españoles regresaron a la ciudad, y por ocho días dieron desenfreno a todo tipo de abuso, sacrilegio y masacre; hasta fueron dañadas las tumbas de los Papas, incluida la de Julio II , para robar cuanto había dentro: tal vez murieron unos doce mil y el botín estuvo sobre los diez millones de ducados. No hay de que maravillarse por esto, porque el ejército imperial y, en particular, los mercenarios de Fundsberg fueron animados por un espíritu de Cruzada antipapista. Delante al Casttel Sant'Angelo, a los ojos del Papa, fue hilvanada una parodia de procesión religiosa, con la cual se pedía que Clemente le concediese a Lucero velas y remos de la “Barca ” de Pedro. Entonces los soldados gritaron: “Vivat Lutherus pontifex”. Como ofensa, el nombre de Lutero fue inscrito con la punta de una espada en el fresco: “la lucha por el Santísimo Sacramento” en las cámaras de Rafael, mientras otro grafito alababa a Carlos V emperador. Conciso y exacto el juicio del prior de los canónicos de San Agustín: “Malifuere Germani, pejores Itali, Hispani vero pessimi” –los alemanes fueron malos, peores los italianos, pésimos los españoles. Además del daño irreparable de la destrucción de reliquias, prácticamente con el Saqueo de Roma fue perdido también un tesoro de arte inestimable, es decir la mayor parte de la orfebrería artesanal de la iglesia. El 5 de junio Clemente VII se debía rendir y aceptar pesadas condiciones: abandono de las fortalezas de Ostia, Civitavecchia y Civia Castellana, la cesión de la ciudad de Modena, Parma y Piacenza y el pago de 400 mil ducados; además para liberar a los prisioneros, se debía pagar el rescate. La guarnición papal fue sustituida por cuatro compañías de alemanes y españoles; para sorpresa de la Guardia Suiza , ingresaron doscientos mercenarios alemanes. El Papa consiguió que los suizos sobrevivientes fueran incluidos en la nueva Guardia , pero de ellos solo doce aceptaron, entre ellos Hans Gutenberg de Coirà y Albert Rosi de Zurigo; los otros no quisieron tener nada que ver con los odiados mercenarios.

 

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