¿La educación sexual puede perjudicar a quienes no tienen relaciones sexuales?

El enfoque de algunos programas de educación sexual o de “salud sexual y reproductiva” puede tener una influencia contradictoria y perjudicial en jóvenes que no tienen relaciones sexuales.

Al analizar muchos de estos programas, es llamativo observar que suelen basarse en la idea de que la mayoría de los adolescentes han tenido, tienen o tendrán pronto relaciones sexuales. Basar la educación sexual en esta premisa presenta al menos dos problemas.

El primer problema es que esa idea tiene poco que ver con los datos estadísticos sobre las relaciones sexuales en menores de edad. Por ejemplo, estudios científicos recientes señalan que la proporción de jóvenes de 16 años que ya han tenido relaciones sexuales no llega al 30% (Archives of Sexual Behavior, 2012). Se puede afirmar por ello que estos programas de educación sexual dejan fuera de su mensaje hasta un 70% de los jóvenes de esa edad. Estos adolescentes se beneficiarían de un mensaje positivo y contundente que refuerce su decisión acertada de no tener relaciones sexuales porque así no tendrían riesgo de acabar con problemas afectivos, embarazos o infecciones de transmisión sexual. Por el contrario, se les transmite implícitamente el mensaje de que están “del lado equivocado de la estadística”. Estos programas hacen poco para que su libre decisión de no tener relaciones sexuales se vea como una opción acertada y que por tomarla no son “personas raras”.

El segundo problema es que estos programas se centran exclusivamente en dos mensajes: afirmar que es bueno dejarse llevar por los deseos y promover la utilización de anticonceptivos, sobre todo el preservativo. Incluso hay muchos programas que, aceptando teóricamente que la conducta más saludable es no mantener relaciones sexuales hasta el establecimiento de una pareja estable y permanente (como el matrimonio), se vuelcan en la práctica con la mayor energía en el adiestramiento del uso de preservativos. Estos programas se han dado a sí mismos el nombre de “educación sexual integral” (en inglés usan la más expresiva palabra “comprehensive”). Desde el punto de vista de la promoción de la salud, esta contradicción, en la que se les dice una cosa y la contraria en el mismo programa, acaba perjudicando el mensaje necesariamente prioritario para los adolescentes: lo mejor para ellos es no tener relaciones sexuales y el uso de preservativos puede reducir el riesgo pero en ningún caso eliminarlo del todo.

Es importante informar sobre los efectos de tener relaciones sexuales y sobre la diferencia entre tenerlas con o sin anticonceptivos. Sin embargo, informar con el enfoque descrito equivale a ocuparse de la oveja perdida sin garantizar que las 99 restantes estén correctamente atendidas y protegidas. El efecto directo de este enfoque puede acabar siendo que esas 99 queden vulnerables también porque se ha dejado la puerta abierta al buscar a la oveja perdida.

Lo que ocurre en la práctica es que los jóvenes que, al no tener relaciones sexuales no tienen riesgos, se ven presionados por el ambiente para tenerlas y por lo tanto acaban incrementando su riesgo (aunque usen preservativos).

Además, a los jóvenes les interesa mucho entender qué tiene que ver el amor con la sexualidad y qué relación hay entre el deseo, el enamoramiento y el amor. Estos programas llamados integrales suelen obviar esta cuestión.  En las páginas web que contestan a las dudas de los jóvenes encontramos que estos se interesan 20 veces más por preguntas que describen las características del amor que por aquellas referidas a la eficacia del preservativo (www.joveneshoy.org).

También hay que recordar que no contar con las familias en esta preparación para el amor que los jóvenes desean es llevar a cabo una educación sexual que tiene más que ver con la veterinaria que con la integralidad propia del ser humano (www.educarhoy.org).