¿Es necesaria la educación sexual?

Sí, sin duda. Tanto porque somos seres sexuados desde nuestro origen, como porque las decisiones acertadas o desacertadas que se toman en este terreno tienen consecuencias. La sexualidad es un elemento básico de la persona humana. Tiene que ver con su identidad y modo de ser, con la forma en que se comunica con los demás, su desarrollo y crecimiento y con la capacidad de dar vida. Estos elementos son unificados y definidos por el amor.

Existe una estrecha relación entre personalidad y sexualidad, por lo que esta última debe desarrollarse, formarse y educarse tanto como la primera. En este sentido, las decisiones iniciales sobre sexualidad son de gran importancia porque marcan la vida y el futuro de cada persona: acertar en esas decisiones facilita alcanzar la felicidad y una vida plena, errar no implica necesariamente el fracaso, pero sí que el camino puede acabar siendo más difícil. 

La afectividad es uno de los componentes que acompañan el ejercicio de la sexualidad. Por tanto, educar la voluntad y el carácter precede a la educación sobre aspectos propiamente biológicos de la sexualidad ya que permite al educando desarrollar las habilidades necesarias para el mejor manejo de sus afectos, sentimientos y emociones. Así, tiene la posibilidad de ser libre sin renunciar a estos aspectos normales de su vida y será capaz de comprometerse. Esta faceta de la educación debe compaginarse, en el momento oportuno, con la información biológica científicamente veraz. En definitiva, la educación sexual consiste en formar personas capaces de amar y de servir al prójimo, con todo el valor que tienen como personas sexuadas femeninas y masculinas y evitando individualismos y personas centradas en satisfacer sus deseos.

Ni la visión reductiva y biologicista sobre la sexualidad humana que, con frecuencia, ofrece hoy la sociedad, ni el silencio o la omisión de los padres, son criterios acertados ante la necesidad que tienen los jóvenes de una educación específica como seres sexuados abiertos al amor, al cariño y al compromiso.

La sociedad en la que crecieron los padres no es igual a la sociedad en la que crecen sus hijos. Por eso, no todo lo que les sirvió a sus mayores servirá para educar a jóvenes y adolescentes de hoy. Los padres deben prestar atención a algunos aspectos de este contexto cultural y a sus implicaciones en la educación afectivo-sexual de sus hijos. Estos son algunos de ellos:

- Los medios de comunicación y las tecnologías de la información están invadiendo los ámbitos de la intimidad familiar, y suelen adelantar la edad óptima para tratar determinados temas afectivo-sexuales con los hijos. 

- La precocidad producida por los medios y el entorno puede dificultarles a los niños y adolescentes la comprensión de la sexualidad en sus diferentes dimensiones por lo que es necesario estar suficientemente cerca de los hijos para ayudarlos, agregando el sentido crítico constructivo propio del adulto.

- Los modelos de conducta que presenta la sociedad pueden no coincidir con la formación moral y ética que los padres consideran mejor para sus hijos. 

- Se debe tener en cuenta la repercusión que algunos malos usos del lenguaje pueden tener sobre los modos de razonar y argumentar de los hijos. Por ejemplo, es preciso diferenciar lo “normal” de lo “frecuente”, el “amor” del “sentimiento” y muchos otros. 

- En estos últimos años se ha pasado de la negación de los sentimientos a la exaltación de las emociones, desplazando tanto la argumentación racional –fundamentada en los datos y la experiencia– como a la apelación a la voluntad facultad superior directamente relacionada con la libertad y el amor. Las decisiones personales se acaban apoyando en los deseos, los estados emotivos y los sentimientos, dejando de lado aspectos importantes de la sexualidad humana como el sentido del compromiso, el valor de la espera, el respeto o la responsabilidad personal y social del ejercicio de la sexualidad.

En conclusión, la educación afectiva y sexual de los jóvenes es necesaria y urgente, especialmente en las circunstancias actuales de “analfabetismo afectivo”.