La imagen de la Presentación nos dice que una vez bendecida por los sacerdotes, la Virgen niña se sentó en las gradas del altar y bailó sobre sus pies. Pienso en la alegría que se expresa en las imágenes del banquete de las bodas, de los amigos del novio, de la esposa adornada con sus joyas. Es la alegría de quien ha descubierto un tesoro y lo ha dejado todo por conseguirlo.
Encontrar al Señor, vivir en su casa, participar de su intimidad, compromete a anunciar el Reino y llevar la salvación a todos. Atravesar los umbrales del Templo exige convertirnos como María en templos del Señor y ponernos en camino para llevarlo a los hermanos. La Virgen, como primera discípula misionera, después del anuncio del Ángel, partió sin demora a un pueblo de Judá para compartir este inmenso gozo, el mismo que hizo saltar a san Juan Bautista en el seno de su madre. Quien escucha su voz «salta de gozo» y se convierte a su vez en pregonero de su alegría. La alegría de evangelizar mueve a la Iglesia, la hace salir, como a María.
Si bien son múltiples las razones que se argumentan para el traslado del santuario desde Oyacachi a este lugar, me quedo con una: «aquí es y ha sido más accesible, más fácil para estar cerca de todos». Así lo entendió el Arzobispo de Quito, Fray Luis López de Solís, cuando mandó edificar un Santuario capaz de convocar y acoger a todos. Una iglesia en salida es una iglesia que se acerca, que se allana para no estar distante, que sale de su comodidad y se atreve a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del evangelio (cf. Evangelii gaudium 20).
Volveremos ahora a nuestras tareas, interpelados por el Santo Pueblo que nos ha sido confiado. Entre ellas, no olvidemos cuidar, animar y educar la devoción popular que palpamos en este santuario y tan extendida en muchos países latinoamericanos. El pueblo fiel ha sabido expresar la fe con su propio lenguaje, manifestar sus más hondos sentimientos de dolor, duda, gozo, fracaso, agradecimiento con diversas formas de piedad: procesiones, velas, flores, cantos que se convierten en una bella expresión de confianza en el Señor y de amor a su Madre, que es también la nuestra.