Confío en que, con la ayuda de Dios y mediante la buena voluntad de las partes, el Cáucaso pueda ser un lugar donde, a través del diálogo y las negociaciones, las controversias y las divergencias logren componerse y superarse, de modo que esta área, «puerta entre Oriente y Occidente», según la hermosa imagen usada por San Juan Pablo II cuando visitó vuestro país (cf. Discurso en la ceremonia de bienvenida, 22 mayo 2002), se convierta también en una puerta abierta hacia la paz y un ejemplo en el que fijarse para resolver antiguos y nuevos conflictos.
La Iglesia Católica, aun siendo en este país una presencia numéricamente exigua, está inserta en la vida civil y social de Azerbaiyán, participa en sus alegrías y es solidaria para afrontar sus dificultades. El reconocimiento jurídico, hecho posible tras la ratificación del Acuerdo internacional con la Santa Sede en 2011, ha ofrecido además un cuadro normativo más estable para la vida de la comunidad católica en Azerbaiyán.
Me alegro además particularmente de las cordiales relaciones que la comunidad católica tiene con la musulmana, la ortodoxa y la judía, y espero que se incrementen los signos de amistad y de colaboración. Estas buenas relaciones tienen un alto significado para la pacífica convivencia y para la paz del mundo, y muestran que entre los fieles de distintas confesiones religiosas son posibles las relaciones cordiales, el respeto y la cooperación con vistas al bien común.
La adhesión a los genuinos valores religiosos es totalmente incompatible con el tentativo de imponer con la violencia a los otros las propias formas de ver, escudándose en el santo nombre de Dios. Que la fe en Dios sea más bien fuente de inspiración para la mutua compresión, el respeto y la ayuda recíproca, en favor del bien común de la sociedad.