Las diversas religiones tienen un papel significativo para desarrollar a este respecto. Mi encuentro con los exponentes religiosos ha sido una confirmación de las buenas relaciones que ya existen entre las varias comunidades. En este contexto, he querido alentar la cooperación ya iniciada entre los seguidores de las diferentes tradiciones religiosas, también con el fin de poder sanear, con el bálsamo del perdón, a cuantos todavía están afligidos por los sufrimientos de los últimos años. El tema de la reconciliación caracterizó también mi visita al santuario de Nuestra Señora de Madhu, muy venerada por las poblaciones Tamil y Cingalesas y meta de peregrinación de miembros de otras religiones. En aquel lugar santo pedimos a María nuestra Madre poder obtener para todo el pueblo cingalés el don de la unidad y de la paz.
Desde Sri Lanka partí hacia Filipinas, donde la Iglesia se prepara para celebrar el quinto centenario de la llegada del Evangelio. Es el principal País católico de Asia, y el pueblo filipino es bien conocido por su profunda fe, su religiosidad y su entusiasmo, también en la diáspora. En mi encuentro con las Autoridades nacionales, así como en los momentos de oración y durante la concurrida Misa conclusiva, he subrayado la constante fecundidad del Evangelio y su capacidad de inspirar una sociedad digna del hombre, en la cual hay lugar para la dignidad de cada uno y para las aspiraciones del pueblo filipino.
Propósito principal de la visita, y motivo por el cual decidí ir a Filipinas, y éste era el motivo principal, ha sido el poder expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que han sufrido la devastación de tifón Yolanda. Fui a Tacloban, la región más gravemente afectada, donde he rendido homenaje a la fe y a la capacidad de recuperación de la población local. En Tacloban, lamentablemente, las condiciones climáticas adversas causaron otra víctima inocente: la joven voluntaria Kristel, arrollada y muerta por una estructura azotada por el viento. Luego he dado las gracias a quienes, de cada parte del mundo, han respondido a sus necesidades con una generosa profusión de ayudas. La potencia del amor de Dios, revelada en el misterio de la Cruz, se hizo evidente en el espíritu de solidaridad demostrada por los muchos actos de caridad y de sacrificio que marcaron esos días oscuros.