Cierto, algunas veces los discípulos pagaran a caro precio esta esperanza donada a ellos por Jesús. Pensemos en tantos cristianos que no han abandonado a su pueblo, cuando ha llegado el tiempo de la persecución. Se han quedado ahí, donde era incierto incluso el mañana, donde no se podía hacer proyectos de ningún tipo, se han quedado esperando en Dios. Y pensemos en nuestros hermanos, en nuestras hermanas de Oriente Medio que dan testimonio de esperanza y también ofrecen la vida por este testimonio. Y ellos son verdaderos cristianos. Ellos llevan el cielo en el corazón, miran más allá, siempre más allá.
Quien ha tenido la gracia de abrazar la resurrección de Jesús puede todavía esperar en lo inesperado. Los mártires de todo tiempo, con su fidelidad a Cristo, narran que la injusticia no es la última palabra en la vida. En Cristo resucitado podemos continuar esperando. Los hombres y las mujeres que tienen un "por qué" vivir resisten más que los demás en los tiempos de desgracia.
Pero quien tiene a Cristo a su propio lado de verdad no teme más nada. Y por esto los cristianos no son jamás hombres fáciles y acomodados, los verdaderos cristianos, ¿no? Su humildad no se debe confundir con un sentido de inseguridad y de condescendencia. San Pablo anima a Timoteo a sufrir por el Evangelio, y dice así: «el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad» (2 Tim 1,7). Caídos, se levantan siempre.
Es por esto, queridos hermanos y hermanas, que el cristiano es un misionero de esperanza. No por su mérito, sino gracias a Jesús, el grano de trigo que, cae en la tierra, ha muerto y ha dado mucho fruto (Cfr. Jn 12,24). Gracias.