Después de haber curado al leproso, Jesús le ordena de no hablar con nadie, pero le dice: «Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio» (v. 14). Esta disposición de Jesús muestra al menos tres cosas. La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el sensacionalismo. Generalmente esa se mueve con discreción y sin clamor. Para curar nuestras heridas y guiarnos en el camino de la santidad ella trabaja modelando pacientemente nuestro corazón según el Corazón del Señor, para así asumir siempre los pensamientos y los sentimientos. La segunda: haciendo verificar oficialmente la sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio, el leproso es admitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social. Su reintegración completa la curación.
¡Como había él mismo suplicado, ahora está completamente purificado! Finalmente, presentándose a los sacerdotes el leproso da a ellos testimonio acerca de Jesús y de su autoridad mesiánica. La fuerza de la compasión con la cual Jesús ha curado al leproso ha llevado la fe de este hombre a abrirse a la misión. Era un excluido, ahora es uno de nosotros.
Pensemos en nosotros, en nuestras miserias… Cada uno tiene la propia. Pensemos con sinceridad. Cuantas veces las cubrimos con la hipocresía de las "buenas maneras". Y justamente entonces es necesario estar solos, ponerse de rodillas delante de Dios y orar: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Y háganlo, háganlo antes de ir a la cama, todas las noches. Y ahora digamos esta bella oración: "Señor, si quieres, puedes purificarme", todos juntos, tres veces. ¡Todos! "Señor, si quieres, puedes purificarme", "Señor, si quieres, puedes purificarme", "Señor, si quieres, puedes purificarme". Gracias.
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