Este hecho se supo al final de su vida, cuando Felipe se lo contó al médico y a otras pocas personas. "Para calmar a la gente, convertirla y hacerles sentir la presencia del amor de Dios también físicamente, les abrazaba y les apoyaba sobre su pecho, a fin de transmitir la presencia del Espíritu".
De hecho, él siempre defendió que la Palabra de Dios debe llegar al corazón, sin argumentos filosóficos o teológicos, sino que se necesita un encuentro con las personas en la vida ordinaria, "un corazón que hable al corazón".
¡Paraíso, paraíso!
"Él sabía que todo pasa, que la vida, la belleza, la riqueza, todo pasa. Ante esto, en lugar de caer en la desesperación y pensar que esta vida no tiene sentido, defendía que lo único que importa es Jesús, y por ello nos podemos reír de todo el resto, incluso de nosotros mismos", explicó el sacerdote.