Se dice que tuvo una visión en la que Santa Catalina de Siena le mostró el hábito de las monjas dominicas de clausura y regresó al monasterio con la ayuda de su hermano sacerdote. Con el tiempo hizo los votos religiosos y llegó a servir como priora, emprendiendo una gran reforma en el monasterio.
Tenía una cercana relación con las almas del purgatorio, a quienes llamaba "sus amigas". En varias oportunidades anunciaba enfermedades de sus allegados, para algunos predijo la cura y en otros casos, la inevitable muerte. Acogía a todos los fieles y miembros del clero que necesitaban su ayuda.
Sus últimos años las pasó en la oscuridad de la ceguera, tenía dificultad para caminar, pero jamás se quejó. Aceptó con humildad sus dolores y sufrimientos y se convirtió en modelo de entrega y de plena confianza en Dios.
La beata murió en 1686 y no fue necesario embalsamar su cuerpo porque despedía un buen olor. Después de su muerte se reportaron numerosos milagros por su intercesión.