TEXTO: Homilía del Papa Francisco en la Misa de ordenación del Obispo Auxiliar de Roma

TEXTO: Homilía del Papa Francisco en la Misa de ordenación del Obispo Auxiliar de Roma
Papa Francisco preside Santa Misa / Foto: Daniel Ibáñez (ACI Prensa)

El Papa Francisco presidió esta tarde (hora local) la Misa en la que ordenó al nuevo Obispo Auxiliar de Roma, Mons. Angelo de Donatis. La Eucaristía se celebró en la Basílica de San Juan de Letrán.

El nuevo Prelado ha elegido como lema episcopal "Nihil Caritate dulcis" (Nada es más dulce que la caridad) y escuchó del Papa una homilía en la que lo exhortó a servir siempre a los demás y a vivir de manera intensa la misericordia.

A continuación el texto completo de la homilía gracias a Radio Vaticano:

Queridos hermanos e hijos queridos, nos hará bien reflexionar atentamente a qué ministerio en la Iglesia es confiado hoy a nuestro hermano.

Jesucristo, Señor nuestro, enviado por el Padre para redimir a la humanidad, envió, a su vez, a los doce apóstoles por el mundo, para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio a todos los pueblos, y reuniéndolos bajo el único pastor, los santificaran y guiaran a la salvación.

Para que este ministerio se mantuviera hasta el final de los tiempos, los apóstoles eligieron colaboradores, a quienes, por la imposición de las manos, les comunicaron el don del Espíritu Santo que habían recibido de Cristo, confiriéndoles la plenitud del sacramento del Orden. De esta manera, se ha ido transmitiendo a través de los siglos este ministerio, por la sucesión continua de los Obispos y permanece y se acrecienta hasta nuestros días la obra del Salvador.

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En el obispo rodeado de sus presbíteros está presente en medio a ustedes el mismo Señor nuestro Jesucristo, sumo sacerdote por la eternidad. Es precisamente Cristo  que en el ministerio del obispo continúa predicando el Evangelio de salvación y santificando a los creyentes mediante los  sacramentos de la fe;  es Cristo que en la paternidad del obispo enriquece con nuevos miembros a su cuerpo que es la Iglesia; es Cristo que en la sabiduría y prudencia del obispo guía al pueblo de Dios en el peregrinaje terrenal hasta la felicidad eterna.

Reciban, pues, con alegría y acción de gracias a nuestro hermano. Que nosotros, los Obispos aquí presentes, por la imposición de las manos, lo agregamos al colegio episcopal. Deben honrarlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios: a él se le ha confiado dar testimonio del Evangelio y el ministerio del Espíritu para la santificación. Recuerden las palabras de Jesús a los apóstoles: «Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha; quien los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y, quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.»

En cuanto a ti, querido  hermano, elegido por el Señor, recuerda que has sido escogido entre los seres hombres para servirles en las cosas de Dios. De hecho, el episcopado es el nombre de un servicio, no un honor; ya que al Obispo compete más el servir que el dominar, según el mandato del Maestro: el que es mayor entre ustedes, debe hacerse el más pequeño, y el que gobierna, como aquel que sirve.

Proclama la palabra de Dios a tiempo y a veces a destiempo; llama la atención, pero siempre con dulzura; exhorta con toda paciencia, y deseo de edificar. Tus palabras sean simples, que todos entiendan, que no sean largas homilías. Me permito decirte: recuerda a tu papá, la alegría cuando había encontrado cerca a tu pueblo otra parroquia donde se celebraba la Misa ¡sin homilía! Las homilías, que sean la transmisión de la gracia de Dios: simples, que todos entiendan y todos tengan el deseo de convertirse en mejores personas.

Cuida y orienta la Iglesia que se te confía – y aquí en Roma, en modo especial quisiera confiarte los presbíteros, los seminaristas: ¡tú tienes este carisma! – sé fiel dispensador de los misterios de Cristo. Elegido por el Padre para gobernar su familia, ten siempre ante tus ojos al Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas, y quien no dudó en dar su vida por el rebaño.

Con tu corazón, ama con amor de padre y de hermano a cuantos Dios pone bajo tu cuidado: como te he dicho, especialmente a los presbíteros y diáconos, los seminaristas, pero también a los pobres, a los débiles, a los que no tienen hogar y a los inmigrantes. Exhorta a los fieles a trabajar contigo en la obra apostólica y procura siempre atenderlos y escucharlos con paciencia: muchas veces se necesita tanta paciencia. ¡Pero el Reino de Dios se hace así!

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No olvides que debes de tener una viva atención a cuantos no pertenecen al único rebaño de Cristo, porque también ellos te han sido confiados por el Señor.

No olvides que en la Iglesia católica, reunida en el vínculo de la caridad, estas unido al Colegio episcopal. Por tanto, tu solicitud pastoral debe extenderse a todas las Iglesias, dispuesto siempre a acudir en ayuda de las más necesitadas. Y próximos al inicio del Año de la Misericordia, te pido – como hermano – ser misericordioso. La iglesia y el mundo tienen necesidad de tanta misericordia. Tú enseña a los presbíteros, a los seminaristas el camino de la misericordia. Con palabras, si: pero sobre todo con tus actitudes. La misericordia del Padre que siempre recibe, siempre tiene lugar en su corazón, jamás expulsa alguno. Espera. Espera. Esto te deseo: tanta misericordia.

Preocúpate, pues, de la grey universal, a cuyo servicio te pone el Espíritu Santo para servir a la Iglesia de Dios: en el nombre del Padre, cuya imagen representas en la Iglesia; en el nombre de su Hijo, Jesucristo, cuyo oficio de Maestro, Sacerdote y Pastor ejerces; y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la Iglesia de Cristo y fortalece nuestra debilidad.

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