En la alabanza encontramos nuestra pertenencia e identidad más hermosa porque libra al discípulo del ansia del "se debería hacer". Esa ansia que arruina y le devuelve el gusto por la misión y por estar con su pueblo; le ayuda a ajustar los "criterios" con los que se mide a sí mismo, mide a los otros y a toda la actividad misionera, para que no tengan algunas veces poco sabor a Evangelio.
Muchas veces podemos caer en la tentación de pasar horas hablando de los "éxitos" o "fracasos", de la "utilidad" de nuestras acciones, o la "influencia" que podamos tener en la sociedad. Discusiones que terminan ocupando el primer puesto y el centro de toda nuestra atención. Esto que nos conduce -no pocas veces- a soñar con planes apostólicos más grandes, meticulosos y bien dibujados, pero propios de generales derrotados que terminan por negar nuestra historia -al igual que la de su pueblo- que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio y la constancia en el trabajo que cansa (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 96).
Al alabar aprendemos la sensibilidad para no "desorientarnos" y hacer de los medios nuestros fines, de lo superfluo lo importante; en la alabanza aprendemos la libertad para poner en marcha procesos más que querer ocupar espacios (cf. ibíd., 223); aprendemos la gratuidad de fomentar todo lo que haga crecer, madurar y fructificar al pueblo de Dios antes que orgullecernos por cierto éxito fácil, rápido pero efímero "rédito" pastoral. En cierta medida, gran parte de nuestra vida, de nuestra alegría y fecundidad misionera se juega en esta invitación de Jesús a la alabanza.
Como bien le gustaba señalar a ese hombre sabio y santo, como ha sido Romano Guardini: 'El que adora a Dios en sus sentimientos más hondos y también, cuando tiene tiempo, realmente, con actos vivos, se encuentra cobijado en la verdad. Puede equivocarse en muchas cosas; puede quedar abrumado y desconcertado por el peso de sus acciones; pero, en último término, las direcciones y los órdenes de su existencia están seguros' (Pequeña Suma Teológica, Madrid 1963, 29). En la alabanza, en la adoración.