Es necesario romper la dinámica de desconfianza que prevale actualmente, y que hace correr el riesgo de conducir al desmantelamiento de la arquitectura internacional de control de las armas. Estamos presenciando una erosión del multilateralismo, aún más grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de armas; este enfoque parece bastante incongruente en el contexto actual marcado por la interconexión, y constituye una situación que reclama una urgente atención por parte de todos los líderes, así como dedicación.
La Iglesia Católica, por su parte, está irrevocablemente comprometida con la decisión de promover la paz entre los pueblos y las naciones. Es un deber al que se siente obligada ante Dios y ante todos los hombres y mujeres de esta tierra. Nunca podemos cansarnos de trabajar e insistir con celeridad en apoyo a los principales instrumentos jurídicos internacionales de desarme y no proliferación nuclear, incluido el Tratado sobre la prohibición de armas nucleares. En julio pasado, los obispos de Japón lanzaron un llamado para la abolición de las armas nucleares, y cada agosto la Iglesia nipona celebra un encuentro de oración de diez días por la paz. Que la oración, la búsqueda infatigable en la promoción de acuerdos, la insistencia en el diálogo, sean las "armas" en las que pongamos nuestra confianza y también la fuente de inspiración de los esfuerzos para construir un mundo de justicia y solidaridad que brinde garantías reales para la paz.
Con el convencimiento de que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario, pido a los líderes políticos que no se olviden de que las mismas no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo. Es necesario considerar el impacto catastrófico de un uso desde el punto de vista humanitario y ambiental, renunciando al fortalecimiento de un clima de miedo, desconfianza y hostilidad, impulsado por doctrinas nucleares. El estado actual de nuestro planeta reclama, por su parte, una reflexión seria sobre cómo todos esos recursos podrían ser utilizados, con referencia a la compleja y difícil implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, y alcanzar así objetivos como el desarrollo humano integral. Así lo sugirió ya, en 1964, el Papa san Pablo VI, cuando propuso ayudar a los más desheredados a través de un Fondo Mundial, alimentado con una parte de los gastos militares (cf. Discurso a los periodistas, Bombay, 4 diciembre 1964; Carta enc. Populorum progressio, 26 marzo 1967, 51).
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