Pensemos en las comunidades cristianas, en algunas parroquias, pensemos en nuestros barrios, cuántas divisiones, cuántas envidias, cómo se habla mal, cuánta incomprensión y marginación. ¿Y esto qué hace? Nos desmiembra entre nosotros. Es el inicio de la guerra.
La guerra no comienza en el campo de batalla: la guerra, las guerras comienzan en el corazón, con estas incomprensiones, divisiones, envidias, con esta lucha entre los demás.
Y esta comunidad de Corinto era así, pero eran campeones de esto, ¿eh? El Apóstol dio a los Corintios algunos consejos concretos que valen también para nosotros: no ser celosos, sino apreciar en nuestras comunidades los dones y las cualidades de nuestros hermanos. Pero…los celos: "aquel compró un coche", y yo siento aquí celos; "éste ganó la lotería", y celos; "y ése hace bien esto", otros celos. Y esto desmiembra, hace mal, ¡no se debe hacer! Porque los celos crecen, crecen y llenan el corazón. Y un corazón celoso, es un corazón ácido, un corazón que en vez de sangre parece que tuviera vinagre. Y un corazón que nunca es feliz, es un corazón que desmiembra a la comunidad. Pero, ¿qué tengo que hacer?
Apreciar en nuestra comunidad, los dones y las cualidades de los otros, de nuestros hermanos. Cuando me pongo celoso -porque todos nos ponemos, ¿eh? ¡Todos, todos somos pecadores, eh!- Cuando me pongo celoso decirle al Señor: pero…gracias Señor porque has dado esto a aquella persona.