Lech Walesa, Premio Nobel de la Paz y cofundador del sindicato Solidaridad, de rol fundamental en la caída del gobierno comunista en Polonia y a la postre del fin del régimen soviético, aseguró que el Beato Papa Juan Pablo II fue un "enviado del cielo" para acabar con la dictadura comunista.

En una entrevista que saldrá publicada en la próxima edición de la revista El Pensador (revistaelpensador.com), Walesa, que llegó a ser presidente de Polonia en 1990, explicó que tras intentos armados por combatir el comunismo en la postguerra, los polacos entendieron "que el único camino era el de la paz y el diálogo".

"Fue en este momento cuando llegó, enviado del cielo, un papa polaco. Un papa que apoyaría y sostendría este camino y búsqueda de cambios desde la misión encomendada a Solidaridad, recordándonos siempre que 'no puede haber libertad sin solidaridad', y fortaleciendo en nosotros la esperanza", dijo.

El líder católico polaco, actualmente de 70 años, con ocho hijos y muchos nietos, señaló que "es cierto que Gorbachov intentó renovar el comunismo, pero no lo logró. Y en parte esto fue así gracias al papel que en este campo desempeñó Juan Pablo II".

A continuación, ACI Prensa reproduce la entrevista completa hecha por la revista El Pensador a Lech Walesa:

P.– Señor presidente, muchísimas gracias por esta entrevista. Como bien sabe, en pocos meses su amigo Juan Pablo II será canonizado. ¿Qué siente ante este acontecimiento?

R.– Es una gran alegría y estoy profundamente convencido, junto con millones de personas en Polonia y en todo el mundo, de que la Providencia quiso enviarnos un papa santo en un período particularmente difícil.

Personalmente tuve la suerte de conocer y tratar al beato Juan Pablo II y encontrar en él apoyo para luchar, compresión paternal y una increíble fuerza para sacar adelante tareas humanamente inimaginables.

P.– En efecto, es bien sabido que usted y Juan Pablo II tuvieron una relación muy estrecha. ¿Cuál cree que es la mayor contribución de su pontificado?

R.– Su persona y su obra son demasiado ricas para tratar de reducirlas a un momento o acto particular. Pero aquellas palabras que dirigió a los polacos, «Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra, de ésta tierra», tuvieron una fuerza particular y se hicieron vida en Solidarnosc para ayudar a la renovación de Polonia, Europa y el mundo entero.

P.– ¿Ha tenido usted oportunidad de intervenir en el proceso canónico de Juan Pablo II?

R.– Sí, en el proceso de beatificación tuve la oportunidad de dar mi testimonio y manifestar mis propias convicciones...

P.– Juan Pablo II se comprometió firmemente para erradicar el comunismo en la Europa del Este. Usted jugó un papel muy importante en este proceso. ¿El sindicato Solidaridad fue posible porque justo entonces había un papa polaco?

R.– Los polacos padecen de una grave enfermedad: el amor a la libertad, que se ha fortalecido en momentos de nuestra historia cuando la nación ha sido privada de su libertad y nuestra patria borrada del mapa. Este yugo pesó especialmente ante la indiferencia del mundo occidental cuando en 1939 el mundo nos dejó solos frente al poder beligerante de Alemania y la posterior sujeción al régimen comunista ruso.

Nunca llegamos a reconciliarnos con esta situación y buscamos en aquellos primeros años de la postguerra resistir con las armas sin ningún efecto. Entendimos así que el único camino era el de la paz y el diálogo. Fue en este momento cuando llegó, enviado del cielo, un papa polaco. Un papa que apoyaría y sostendría este camino y búsqueda de cambios desde la misión encomendada a Solidaridad, recordándonos siempre que «no puede haber libertad sin solidaridad», y fortaleciendo en nosotros la esperanza.

P.– ¿Recuerda cuándo fue la primera vez que le habló usted de Solidaridad a Juan Pablo II?

R.– Tuve la suerte de poder entenderme con el Santo Padre sin necesidad de palabras, algo muy importante teniendo en cuenta que no siempre y en todos los lugares se podía hablar abiertamente. Recuerdo muy bien la primera visita de Solidarnosc al Vaticano. Recuerdo también el encuentro en la Dolina Chochlowska, donde tuvimos una conversación en el pasillo del hotel en lugar del salón preparado por las autoridades, lleno de equipos de escucha. Así como el encuentro en Gdansk. Fueron encuentros muy personales y al mismo tiempo de un peso político muy fuerte, sobre todo para las autoridades comunistas...

P.– Se ha dicho que la Iglesia católica apoyó su lucha contra el comunismo, incluso financiando a Solidaridad. ¿Qué hay de cierto en todo ello?

R.– Como un fiel hijo de la Iglesia, puedo asegurar de que ella siempre estuvo a nuestro lado. Sus representantes, los obispos y sacerdotes, fueron siempre compañeros de lucha en momentos decisivos. Por todos los medios posibles, con su autoridad, invitaban al diálogo y daban testimonio de la verdad. Su apoyo espiritual y sus oraciones no tienen precio. Por desgracia hubo también momentos muy dolorosos, como en el caso del padre Jerzy Popieluszko, al igual que muchos otros. Pero estoy seguro que nada fue en vano.

Por todo ello, la Iglesia jugó un gran papel en la conquista de la libertad y en el proceso de democratización del país. Incluso cuando a los ojos de la opinión pública y en algunos aspectos concretos no siempre estuviéramos de acuerdo, las decisiones políticas y estratégicas permanecieron del lado de la libertad y se dirigían hacia un mismo fin.

P.– En ocasiones la transición a la democracia de Polonia estuvo a punto de irse a pique. ¿Jugó Juan Pablo II un papel de mediación con Gorbachov, en orden a garantizar que la transición siguiera adelante?

R.– Esta pregunta no me corresponde a mí contestarla. Ahora bien, es cierto que Gorbachov intentó renovar el comunismo, pero no lo logró. Y en parte esto fue así gracias al papel que en este campo desempeñó Juan Pablo II.

P.– Si en 1988 no hubiéramos tenido un papa polaco, ¿habría colapsado el comunismo?

R.– Hubo muchos factores que provocaron el colapso. Fue un proceso que se inició significativamente en 1980 en el astillero de Gdansk, y después de muchos años de lucha trajeron consigo un proceso de cambios hacia la libertad. En este camino Juan Pablo II tuvo un rol decisivo para que sucediera de esta manera, pacífica y efectiva, y no de otra.

P.– Como sabe, la Virgen María anunció en Fátima la caída del comunismo. ¿Sintió alguna vez la proximidad real de la Virgen durante su dura lucha contra aquel régimen político?

R.– Yo hablaría incluso de milagros porque muchas veces sentí y realmente noté la mano de la providencia divina. Siempre traté de actuar según mi conciencia y en momentos decisivos decía en silencio y con gran intensidad: «¡Madre de Dios, ayuda!» Y siempre lo ha hecho.

P.– Dentro de poco se cumplirán 25 años desde la caída del Muro de Berlín, tiempo más que suficiente para hacer balance... ¿Cuáles creen que son las sombras de este proceso?

R.– La caída del muro de Berlín fue el efecto y no la causa de los cambios. El camino hacia la libertad había empezado ya antes en Polonia. Otras naciones entendieron y aplicaron el mensaje y la misión de Solidarnosc, y precisamente esta Solidarnosc «internacional» junto a los cambios realizados en otros países libres, se convirtieron en luz y fuente de esperanza.

Después históricamente no logramos mantener esta intensidad en el espíritu de Solidaridad, algo que podría considerarse una de las sombras, junto a la realidad de todos aquellos países que no pudieron aprovecharse de estos cambios y quedaron relegados y marginados en la pobreza, tal vez porque no les ayudamos en su momento a prepararse para un mundo nuevo. Queda como una tarea pendiente de nuestra generación.

P.– ¿Es hoy Polonia el país que usted soñaba en 1983?

R.– En aquellos años, alrededor de 1983, nadie nos ofrecía ni la más pequeña posibilidad de cambio político por el camino de la paz. Hablé con primeros ministros, presidentes, reyes... y no fui capaz de convencer a nadie de que por un camino pacífico el comunismo acabaría por caer y nosotros seríamos testigos de ellos en nuestra vida. Era totalmente imposible soñar con un país libre y sin embargo, con el tiempo, logramos un éxito inimaginable.

No obstante me duele el hecho de que en este camino de democratización hayamos descuidado a los más débiles y de que muchos hayan acabado perdiendo por no estar preparados para el capitalismo. Son hechos dolorosos, pero no empaña la realidad de una gran victoria de la que nuestra generación forma parte.

R.– ¿Cuál es hoy, según usted, la mayor amenaza para la democracia en el mundo?

R.– Hoy vivimos condiciones nuevas que nos impiden crear programas y estructuras totalmente nuevas. El mundo de hoy está lleno de peligros desconocidos en épocas anteriores, pero que ofrecen al mismo tiempo nuevas e increíbles posibilidades. Estamos tratando de aprovecharlas con éxito desarrollando el campo de las nuevas tecnologías y formas de comunicación, pero, con toda sinceridad, creo que todavía no estamos listos para los retos de un mundo global.

P.– El comunismo colapsó en Europa. Pero parece que otra clase de materialismo se ha adueñado de nuestra sociedad. El consumismo. ¿Piensa que el capitalismo es la respuesta a los problemas actuales del mundo?

R.– Debemos recordar al mundo, de diferentes maneras, que el hombre es más importante que esta evolución de la civilización, y hacer lo posible por construir un mundo más seguro, más justo y más arraigado en las virtudes universales. Siempre digo con fuerza que los sistemas políticos y económicos que operan hoy en día no son capaces de entender los desafíos de hoy ni las obligaciones de la generación futura. Esto provocará descuidos importantes y con ellos, sufrimientos.

La humanidad pierde oportunidades cuando no enfrenta los desafíos y cuando le falta coraje para tomar las decisiones importantes. Faltan líderes valientes y eficaces capaces de cambiar la realidad. Creo que con frecuencia domina la huella del encasamiento y actitudes conservadoras, cuando lo que hace falta es una mirada nueva a las cosas y un ánimo renovado para construir el mundo desde una nueva perspectiva global, porque el capitalismo y la demacración que vemos hoy no van a sobrevivir ni un siglo... Hay que cortar la rama en la que estamos sentados.

P.– ¿Por qué la Unión Europea parece interesada en perder las raíces cristianas en su política legislativa? Como ejemplo, le cito el fracasado proyecto de Constitución y las políticas contra la familia y la vida.

R.– No se puede construir un edificio firme, un mundo de paz y abundancia, sin fundamentos, sin una referencia a valores universales. Desafortunadamente los constructores actuales ligeramente rechazan estos puntos de referencia, estos valores, y sin ellos fácilmente nos desorientamos, dejando a su suerte las futuras generaciones. Europa debe respirar con dos pulmones, el material y el espiritual.

P.– En un mundo consumista, multicultural y relativista... ¿Piensa que hay oportunidad para el mensaje cristiano?

R.– Siempre hay lugar para un mensaje universal y positivo...

P.– Usted ha sido un activista por los derechos humanos y la libertad en el mundo. Pero, ¿cuál es la lucha del Walesa de hoy, con setenta años?

R.– La lista de temas que requerirían ser tratados y profundizados con urgencia es larga. El mundo de hoy busca sistemas políticos y económicos capaces de asegurar la paz, la justicia y la abundancia para cada país. Yo estoy convencido de que para resolver estas preguntas difíciles es necesario el principio de la solidaridad internacional e interpersonal. Es esta solidaridad la que históricamente ha derrumbado los muros por el camino de la paz, por el camino del diálogo entre culturas y religiones.

Al mismo tiempo, esta vía estimula y apoya la juventud, y la motiva a crecer y desarrollarse buscando la mejor educación posible, cuidando de no permitir que se margine a personas y países con menores recursos y posibilidades. No tenemos mucho tiempo porque la dinámica del progreso es rápida. No podemos permitir que el pecado de omisión o la equivocada política de unos pocos países y sus aliados provoquen la imposibilidad de otras naciones de acceder a una vida mejor.

Por ello quiero apelar a todas las personas de buena voluntad, aún pequeñas organizaciones y comunidades, movimientos sociales y partidos políticos para que busquen soluciones alternativas a las grandes cuestiones de nuestra actualidad, mediante acciones y planteamientos nuevos, que busquen cambiar con valentía el propio entorno y el mundo.

Evitaremos así la posibilidad de que nuestros hijos y nietos nos reprochen el haber perdido la posibilidad de crear una gran civilización. Tendremos la oportunidad de debatir sobre estos temas, junto con otros ganadores del Premio Nobel, durante la XIII Cumbre del Premio Nobel de la Paz que pronto se tendrá por primera vez en Europa Centro-Oriental, en Varsovia, del 21 al 23 de octubre de este año. Albergamos un profundo deseo de recordar al mundo que la solidaridad es la mejor receta para alcanzar la unidad pacífica entre las naciones.

P.– ¿Cuál es el papel que juega Walesa en los intentos por democratizar Cuba?

R.– El instituto que lleva mi nombre, como organización no gubernamental, dirige desde hace algunos años un programa: En solidaridad con Cuba. Se trata de enseñar a la gente que busca la libertad y a las organizaciones de la sociedad civil de qué manera es posible luchar por la libertad por el camino de la paz.

Damos sugerencias sobre el modo de manejar el diálogo, partiendo de nuestras propias experiencias, e intentando convencer de que la unidad de metas abre el camino de la libertad. Estoy convencido de que en nuestra vida este bello país disfrutará de la libertad y seguirá desarrollándose porque tiene un enorme potencial.

P.– Por último, me gustaría citarle a tres protagonistas de la historia contemporánea, con los que usted ha estado vinculado, para que me dé su opinión de ellos. Margaret Thatcher.

R.– Es una figura de un gran peso político, que hizo grandes méritos para el bien de su propia patria, Europa y el mundo. La actitud de la Primera Ministra por lo que se refiere a la Solidarnosc fue invalorable y vio siempre en ella la oportunidad de un gran cambio para Europa y el mundo entero.

No tuvo miedo de decir abiertamente lo que el mundo debe a los polacos por la lucha que soportaron tanto tiempo. Hoy en día no es fácil encontrar figuras de este calibre.

P.– Ronald Reagan...

R.– Un gran hombre de estado al que los polacos debemos mucho. Hombre de una sabiduría sobresaliente y político muy eficaz. Como presidente de los Estados Unidos fue digno de período sometido a grandes cambios de los que también él fue protagonista.

P.– Y Gorbachov...

R.– Demostró una gran sabiduría admitiendo los cambios y reconociendo que la reparación del comunismo ya no era posible. Muchas veces hemos podido discutir sobre el pasado y el futuro y si bien discrepábamos en el juicio de algunos puntos, estuvimos siempre de acuerdo en valores fundamentales como la búsqueda de la paz, la seguridad, la abundancia y el desarrollo de las naciones.