Bienvenido peregrino de la fe que te unes ahora a este pueblo que camina hacia el Tepeyac. Eres uno de nosotros, hermanado por tu amor a nuestra Morenita, nuestra Madre que nos hermana y nos ha forjado nuestra patria. Visitarás su casa. Esa casita que ella pidió allí junto al cerro del Tepeyac, para allí escuchar y remediar nuestras penas y dolores. Su casita es nuestra casita, y cada corazón de los habitantes de esta tierra es ahora una casita en la que ella vive como vive ya en tu propio corazón.
Pero también te recibimos como al hermano que no se avergüenza en definirse como un pecador, a pesar del título protocolario de Su Santidad. Eres como nosotros, un hijo del Padre, necesitado del perdón, del consuelo y del aliento divino.
Esta es tu casa te decimos los mexicanos con una frase dictada por nuestra herencia indígena e hispana, y que no por ser un signo de nuestra caballerosidad, deja de ser muy cierta y sincera. Los mexicanos amamos al Papa por ser nuestro Pastor y trataremos de manifestarte ese amor de mil maneras. Todos queremos verte, aunque sea de lejos. Todos quisiéramos estrechar tu mano y si pudiéramos darte un abrazo de amigos.
Cuando escuches nuestros cantos y nuestros gritos descubre en ellos nuestro amor sincero y descubre detrás de ese amor que te manifestamos, el amor a Cristo a quien amamos y proclamamos como a nuestro Rey, por quien nuestros antepasados supieron derramar su sangre. Somos una tierra regada por la sangre de nuestros mártires.