De ese modo, por estas u otras situaciones, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes, repitiéndonos nuestros "por qué". Con la cadena del por qué.
En cambio, las mujeres en Pascua no se quedaron paralizadas frente a una tumba, sino que - dice el Evangelio- "atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos" (v. 8). Llevan la noticia que cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado! (cf. v. 6).
Y, al mismo tiempo, custodian y transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: que vayan a Galilea, porque allí lo verán (cf. v. 7). Hermanos y hermanas, ¿qué significa ir a Galilea? Dos cosas: por una parte, salir del encierro del cenáculo para ir a la región habitada por las gentes (cf. Mt 4,15), salir de lo escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro.
Por otra parte, esto es mucho mejor, significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos.