Qué hermoso es que juntos, en el signo de la gracia del Espíritu, nos abramos a este cambio de perspectiva, redescubriendo que «todos los fieles dispersos por el orbe se comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así -como escribió San Juan Crisóstomo-, quien habita en Roma sabe que los de la India son miembros suyos» (Lumen gentium, 13; In Io. hom. 65,1).
En este camino de comunión, estoy agradecido de que tantos cristianos de varias comunidades y tradiciones estén acompañando, con participación e interés, el camino sinodal de la Iglesia católica, que deseo que sea cada vez más ecuménico.
Pero no olvidemos que caminar juntos y reconocernos en comunión los unos con los otros en el Espíritu Santo implica un cambio, un crecimiento que sólo puede suceder, como escribía Benedicto XVI, «a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo» (Carta enc. Deus caritas est, 18).
Que el apóstol Pablo nos ayude a cambiar, a convertirnos; que nos dé un poco de su valentía indómita. Porque, en nuestro camino, es fácil trabajar por el propio grupo más que por el Reino de Dios, impacientarse, perder la esperanza de que llegue aquel día en que «todos los cristianos se congreguen en una única celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad de la una y única Iglesia, a la unidad que Cristo dio a su Iglesia desde un principio» (Decr. Unitatis redintegratio, 4).