Sois un coro compuesto por una variedad de naciones, lenguas y ritos; una diversidad que el Espíritu Santo ama y quiere armonizar cada vez más, para hacer una sinfonía. Esta alegre sinfonía de la fe es un testimonio que dais a todos y que construye la Iglesia. Me ha impactado lo que Mons. Hinder dijo una vez, que no solo él se siente vuestro Pastor, sino que vosotros, con vuestro ejemplo, sois a menudo pastores para él.
Ahora bien, vivir como bienaventurados y seguir el camino de Jesús no significa estar siempre contentos. Quien está afligido, quien sufre injusticias, quien se entrega para ser artífice de la paz sabe lo que significa sufrir. Ciertamente, para vosotros no es fácil vivir lejos de casa y quizá sentir la ausencia de las personas más queridas y la incertidumbre por el futuro. Pero el Señor es fiel y no abandona a los suyos.
Nos puede ayudar un episodio de la vida de san Antonio abad, el gran fundador del monacato en el desierto. Él había dejado todo por el Señor y se encontraba en el desierto. Allí, durante un largo tiempo, sufrió una dura lucha espiritual que no le daba tregua, asaltado por dudas y oscuridades, tentado incluso de ceder a la nostalgia y a las cosas de la vida pasada. Después de tanto tormento, el Señor lo consoló y san Antonio le preguntó: «¿Dónde estabas? ¿Por qué no apareciste antes para detener los sufrimientos?». Entonces percibió con claridad la respuesta de Jesús: «Antonio, yo estaba aquí» (S. ATANASIO, Vida de Antonio, 10).
El Señor está cerca. Frente a una prueba o a un período difícil, podemos pensar que estamos solos, incluso después de estar tanto tiempo con el Señor. Pero en esos momentos, aun si no interviene rápidamente, él camina a nuestro lado y, si seguimos adelante, abrirá una senda nueva. Porque el Señor es especialista en hacer nuevas las cosas, y sabe abrir caminos en el desierto (cf. Is 43,19).