Aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los que, sea cual fuera su religión, han tratado de servir a Dios, al Dios de la paz construyendo ciudades de amor fraterno, cuidando de nuestro prójimo necesitado, defendiendo la dignidad del don divino, del don de la vida en todas sus etapas, defendiendo la causa de los pobres y los inmigrantes. Con demasiada frecuencia los más necesitados en todas partes no son escuchados. Ustedes son su voz, y muchos de ustedes, hombres y mujeres religiosos han hecho que su grito sea escuchado. Con este testimonio, que frecuentemente encuentra una fuerte resistencia, recuerdan a la democracia americana los ideales que la fundaron y que la sociedad se debilita cada vez que allí en donde cualquier injusticia prevalece.
Hace un momento hable de la tendencia a una globalización. La globalización no es mala, al contrario, la tendencia a globalizarnos es buena, nos une. Lo que puede ser malo es el modo de hacerlo. Si una globalización pretende igualar a todos como si fuera una esfera, esa globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada pueblo.
Si una globalización busca unir a todos pero respetando a cada persona, a su persona, a su riqueza, a su peculiaridad, respetando a cada persona, a cada pueblo, a cada riqueza, a esa peculiaridad, esa globalización es buena: nos hace crecer a todos y lleva a la paz. Me gusta usar la geometría aquí. Si la globalización es una esfera, donde cada punto es igual equidistante del centro, anula, no es buena. Si la globalización une como un poliedro donde están todos unidos pero cada uno conserva cada uno conserva su propia identidad, hace crecer a un pueblo, da dignidad a todos los hombres y le otorga derecho.
Entre nosotros hoy hay miembros de la gran población hispana de los Estados Unidos, así como representantes de inmigrantes recién llegados a los Estados Unidos. Gracias por abrir las puertas. Muchos de ustedes han emigrado. Y los saludo a todos con especial afecto. Muchos de ustedes han emigrado a este país con un gran costo personal, pero con la esperanza de construir una nueva vida. No se desanimen por los retos y dificultades que tengan que afrontar. Les pido que no olviden que, al igual que los que llegaron aquí antes, ustedes traen muchos dones a esta nación. Por favor, no se avergüencen nunca de sus tradiciones. No olviden las lecciones que aprendieron de sus mayores, y que pueden enriquecer la vida de esta tierra americana. Repito, no se avergüencen de aquello que es parte esencial de ustedes. También están llamados a ser ciudadanos responsables y a contribuir como lo hicieron con tanta fortaleza los que vinieron antes a contribuir provechosamente a la vida de las comunidades en que viven. Pienso, en particular, en la vibrante fe que muchos de ustedes poseen, en el profundo sentido de la vida familiar y los demás valores que han heredado. Al contribuir con sus dones, no solo encontrarán su lugar aquí, sino que ayudarán a renovar la sociedad desde dentro. No perder la memoria de lo que pasó aquí hace más de dos siglos, no perder la memoria de aquella declaración que proclamó que todos los hombres fueron creados iguales, que están dotados por su creador de ciertos derechos inalienables y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos.