En la homilía de la Misa por la fiesta de la Presentación del Señor, la tarde de ayer, el Papa Benedicto XVI invitó a los hombres y mujeres consagradas a “a renovar la fe que os hace ser peregrinos hacia el futuro”.

El Santo Padre señaló que “por su naturaleza, la vida consagrada es peregrinación del espíritu, en búsqueda de un Rostro que algunas veces se manifiesta y otras se vela”.

“Que éste sea el aliento constante de vuestro corazón, el criterio fundamental que orienta vuestro camino, tanto en los pequeños pasos cotidianos como en las decisiones más importantes”.

Benedicto XVI exhortó a los consagrados a que “no os unáis a los profetas de desventura que proclaman el fin o la sinrazón de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días”.

“Revestíos de Jesucristo y vístanse con las armas de la luz, como exhorta san Pablo, permaneciendo despiertos y vigilantes”.

El Santo Padre también invitó a los consagrados “a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación. Por esto os exhorto a hacer memoria, como en una peregrinación interior, del ‘primer amor’ con el que el Señor Jesucristo ha encendido vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa llama”.

“Para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la adoración; y así despertar la voluntad y el gozo de compartir la vida, las decisiones, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad el amor”.

El Papa invitó a los consagrados “a una fe que sepa reconocer la sabiduría de la debilidad. En los gozos y en las aflicciones del tiempo presente, cuando la dureza y el peso de la cruz se hacen sentir, no dudéis que la kenosis de Cristo es ya una victoria pascual”.

“Justamente en el límite y en la debilidad humana estamos llamados a vivir la conformación a Cristo, en una tensión totalizadora que anticipa, en la medida de lo posible, en el tiempo, la perfección escatológica”.

El Santo Padre señaló que “en la sociedad de la eficiencia y del éxito, vuestra vida, marcada por la ‘minoría’ y por la debilidad de los pequeños, por la empatía con aquellos que no tienen voz, se convierte en un signo evangélico de contradicción”.

“El gozo de la vida consagrada pasa necesariamente a través de la participación en la Cruz de Cristo. Así fue para María Santísima. El suyo es el sufrimiento del corazón que forma un todo único con el Corazón del Hijo de Dios, traspasado por amor”.

El Papa señaló que “de aquella herida brota la luz de Dios, y también de los sufrimientos, de los sacrificios, del don de sí mismos que los consagrados viven por amor de Dios y de los demás se irradia la misma luz, que evangeliza las gentes”.

“En esta fiesta, deseo de manera particular a vosotros consagrados que vuestra vida tenga siempre el sabor de la parresia evangélica, para que en vosotros la Buena Noticia sea vivida, testimoniada, anunciada y resplandezca como palabra de verdad. Amén”, concluyó.