Con profunda gratitud a Dios, he experimentado esta fraternidad de primera mano en los diversos encuentros que hemos compartido. A este respecto, reconozco que el deseo de una mayor cercanía y comprensión entre los cristianos se manifestó en el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla antes de que la Iglesia Católica y otras Iglesias se comprometieran en el diálogo. Puede verse claramente en la carta encíclica del Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico dirigida a las Iglesias de todo el mundo hace exactamente cien años. En efecto, sus palabras siguen siendo válidas hoy en día: "Cuando las diversas Iglesias se inspiren en el amor y lo antepongan a todo lo demás en su juicio sobre los otros y en su relación con cada uno, podrán, en lugar de aumentar y ampliar las disensiones existentes, disminuirlas y reducirlas tanto como sea posible; y promoviendo un constante interés fraternal por la condición, la estabilidad y la prosperidad de las demás Iglesias, por su afán de observar lo que sucede en ellas y por obtener un conocimiento más exacto de ellas, y por su disposición a dar, siempre que se presente la ocasión, una mano de ayuda y asistencia, entonces harán y lograrán muchos bienes para la gloria y el provecho tanto de ellos mismos como de todo el cuerpo cristiano, y para el avance de la cuestión de la unión".
Podemos dar gracias a Dios de que las relaciones entre la Iglesia Católica y el Patriarcado Ecuménico han crecido mucho en el último siglo, incluso mientras seguimos anhelando el objetivo de la restauración de la plena comunión expresada a través de la participación en el mismo altar eucarístico. Aunque siguen existiendo obstáculos, confío en que caminando juntos en el amor mutuo y persiguiendo el diálogo teológico, alcanzaremos esa meta. Esta esperanza se basa en nuestra fe común en Jesucristo, enviado por Dios Padre para reunir a todas las personas en un solo cuerpo, y la piedra angular de la Iglesia una y santa, el templo santo de Dios, en el que todos somos piedras vivas, cada uno según su propio carisma particular o ministerio otorgado por el Espíritu Santo.
Con estos sentimientos, renuevo mis mejores deseos para la fiesta de san Andrés, e intercambio con Su Santidad un abrazo de paz en el Señor.
Roma, San Juan de Letrán, 30 de noviembre de 2020