El año pasado, un grupo de jóvenes, que hacen espectáculo de la música pop, han querido interpretar la parábola del hijo pródigo, cantada con música pop. Los diálogos muy bonitos. La cosa más bella fue la discusión del hijo pródigo que quiere volver a casa: "Tengo miedo de que mi padre me cierre la puerta en la cara. No sé cómo hacer". Pero tu padre es bueno, "pero sabes que mi hermano está allí". El amigo le dice "haz una cosa: escribe a tu papá, dile que quieres volver a casa, que tienes miedo que no te reciba bien, que si quiere recibirte bien, que ponga un pañuelo sobre la ventana más alta de la casa, y así tu papá te dirá si te recibirá bien o no te recibe". En el siguiente acto, el hijo va en camino, y cuando gira la senda, se ve la casa del padre, que estaba llena de signos de bienvenida. Este es Dios para nosotros, no se cansa de perdonarnos. Cuando nosotros comenzamos a decir "si, padre…", Él nos tapa la boca. No sean rigoristas en la confesión. Cuando vean a las personas en esa dificultad (digan) "he entendido, he entendido". Corazón de padre, como el corazón de Dios.
La obra que el Señor realiza en la vida de cada persona es una historia sagrada, dejémonos apasionar por ella. En la multiforme variedad de su pueblo, paciencia significa también tener oídos y corazón para acoger sensibilidades espirituales diferentes, modos de expresar la fe distintos, y culturas diversas. La Iglesia no quiere uniformar, sino integrar con paciencia. La Iglesia es madre. Es lo que deseamos hacer con la gracia de Dios en el itinerario sinodal: la oración paciente, la escucha paciente de una Iglesia dócil a Dios y abierta al hombre.
En la historia de Bernabé hay un segundo aspecto importante que quisiera subrayar: su encuentro con Pablo de Tarso y la amistad fraterna entre ellos, que los conducirá a vivir juntos la misión. Después de la conversión de Pablo -que antes había sido un encarnizado perseguidor de los cristianos- «todos le temían, porque no creían que él también fuera discípulo» (Hch 9,26). Aquí el libro de los Hechos dice algo muy hermoso: Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a la comunidad, contó lo que le había sucedido y respondió por él (cf. v. 27). Escuchemos este "lo tomó consigo". La expresión hace referencia a la misma misión de Jesús, que tomó consigo a los discípulos por los caminos de Galilea, que tomó sobre sí nuestra humanidad herida por el pecado. Es una actitud de amistad y de compartir la vida. "Tomar consigo", "tomar sobre sí" significa hacerse cargo de la historia del otro, darse tiempo para conocerlo sin etiquetarlo, cargarlo sobre los hombros cuando está cansado o herido, como hace el buen samaritano (cf. Lc 10,25-37). Esto se llama fraternidad, y es la segunda palabra.
Bernabé y Pablo, como hermanos, viajaron juntos para anunciar el Evangelio, aun en medio de persecuciones. En la Iglesia de Antioquía «estuvieron juntos todo un año e instruyeron a mucha gente» (Hch 11,26). Luego ambos tenían reservada una misión más grande y, enviados por el Espíritu Santo, «se embarcaron para Chipre» (Hch 13,4). Y la Palabra de Dios corría y crecía no sólo por sus cualidades humanas, sino sobre todo porque eran hermanos en el nombre de Dios y esta fraternidad entre ellos hacía resplandecer el mandamiento del amor. Después, como sucede en la vida, pasó algo inesperado. Los Hechos cuentan que los dos tuvieron un fuerte desacuerdo y sus caminos se separaron (cf. Hch 15,39). También entre los hermanos se discute, a veces hay disputas. Pero Pablo y Bernabé no se separaron por motivos personales, sino que estaban discutiendo acerca de su ministerio, sobre cómo llevar adelante la misión, y tenían visiones diferentes. Bernabé también quería llevar a la misión al joven Marcos, y Pablo no quería. Discutieron, pero por algunas cartas sucesivas se intuye que no quedó rencor entre ellos. Incluso a Timoteo, que tenía que alcanzarlo más adelante, Pablo le escribió: «Ven a verme cuanto antes […] Recoge a Marcos [¡justamente a él!] y tráelo contigo, pues será de gran ayuda en mi ministerio» (2 Tm 4,9.11).