Pero -podríamos preguntarnos-, ¿en qué consiste este anuncio profético de la Palabra? Al profeta Jeremías el Señor le dice: «Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar» (Jr 1,9-10). Son verbos fuertes: primero arrancar y derribar, para luego poder edificar y plantar. Se trata de colaborar en favor de una historia nueva que Dios desea construir en un mundo de perversión e injusticia. Así que también ustedes están llamados a seguir alzando su voz profética, para que las conciencias se sientan interpeladas y cada uno pueda ser protagonista y responsable de un futuro diferente. Por tanto, es necesario arrancar las plantas venenosas del odio y el egoísmo, del rencor y la violencia; derribar los altares consagrados al dinero y a la corrupción; edificar una convivencia fundada en la justicia, la verdad y la paz; y finalmente, plantar semillas de renovación, para que el Congo del mañana sea verdaderamente el que el Señor sueña, una tierra bendecida y feliz, ya no más maltratada, oprimida ni ensangrentada.
Pero tengamos cuidado, pues no se trata de una acción política. La profecía cristiana se encarna en muchas acciones políticas y sociales, pero la tarea de los obispos y de los pastores en general no es esta. Es más bien la del anuncio de la Palabra para despertar las conciencias, para denunciar el mal, para alentar a los que están abatidos y sin esperanza. "Consuela a mi pueblo". Ese lema que regresa y que regresa es una invitación del Señor: Consolad al pueblo. Consuela, consuela a mi pueblo. Es un anuncio hecho no sólo con palabras, sino con cercanía y testimonio: cercanía, ante todo, con los sacerdotes (los sacerdotes son el primer prójimo de un Obispo: cercanía a los sacerdotes), escucha de los agentes pastorales, apoyo al espíritu sinodal para trabajar juntos. Y testimonio, porque los pastores, primero y en todo, deben ser creíbles, y en particular al cultivar la comunión, en la vida moral y en la administración de los bienes. En este sentido, es esencial saber construir armonía, sin subirse a pedestales, sin asperezas, sino dando buen ejemplo con el sostén y perdón mutuos, trabajando juntos, como modelos de fraternidad, de paz y de sencillez evangélica. Que nunca suceda que, mientras el pueblo sufre de hambre, se diga de ustedes: "a aquellos no les importa y se va uno a su campo, otro a su negocio" (cf. Mt 22,5). No, por favor, los negocios dejémoslos fuera de la viña del Señor. Un pastor no puede ser un negociante, no puede. Seamos pastores y servidores del pueblo de Dios, no administradores de las cosas, no hombres de negocios. ¡Pastores!
La administración del obispo debe ser la del pastor. Delante del rebaño, detrás y en el medio. Delante para señalar el camino. En medio para sentir el olor. Y detrás para ayudar a los que van más lentos. Y, es más, para dejar un poco el rebaño solo para que vea dónde encuentra el pasto. El pastor debe encontrarse entre estas tres situaciones.
Queridos hermanos obispos, he compartido con ustedes lo que sentía en mi corazón, es decir, cultivar la cercanía con el Señor para ser signos proféticos de su compasión por el pueblo. Les ruego que no descuiden el diálogo con Dios y no dejen que el fuego de la profecía se extinga por cálculos o ambigüedades con el poder, ni tampoco por la vida tranquila o por la rutina. Ante el pueblo que sufre y ante la injusticia, el Evangelio nos pide alzar la voz. Cuando, según Dios, alzamos la voz, arriesgamos. Alzar la voz lo hizo un hermano de ustedes, el siervo de Dios Mons. Christophe Munzihirwa, pastor valiente y voz profética, que protegió a su pueblo ofreciendo su vida. El día antes de morir envió un mensaje a todos, diciendo: "En estos días, ¿qué más podemos hacer? Permanezcamos firmes en la fe. Confiemos en que Dios no nos abandonará y que de alguna parte surgirá para nosotros un pequeño destello de esperanza. Dios no nos abandonará si nos comprometemos a respetar la vida de nuestros vecinos, sea cual sea la etnia a la que pertenecen". El día después fue asesinado -fue asesinado- en una plaza de la ciudad, pero su semilla, plantada en esta tierra, junto a la de muchos otros, dará fruto. Es bueno recordar, con gratitud, a los grandes pastores que marcaron la historia de vuestro país y de vuestra Iglesia; que los evangelizaron y precedieron en la fe. Hermanos, son vuestras raíces, que los robustecen en el ardor evangélico. Pienso también en el bien que me ha hecho conocer al cardenal Laurent Monsengwo Pasinya.