Es bueno darles voz aquí en la Nunciatura, porque las Representaciones Pontificias, las "casas del Papa" diseminadas por el mundo, son y deben ser amplificadores de promoción humana, centros de caridad, en primera línea en la diplomacia de la misericordia, favoreciendo ayudas concretas y promoviendo redes de cooperación. Esto ya se hace, discretamente, en tantas partes del mundo, y aquí desde hace mucho tiempo. Esta casa es una presencia cercana desde hace décadas. Inaugurada hace noventa años como Delegación Apostólica, está por celebrar, dentro de pocos días, el sexagésimo aniversario de haber sido elevada a Nunciatura.
Hermanos y hermanas que aman este país y se dedican a su gente, todo lo que hacen es maravilloso, aunque no es para nada sencillo. Dan ganas de llorar al escuchar historias como las que me han contado, sobre personas que sufren por la indiferencia generalizada que las entregó a una vida errante, que las llevó a vivir en las calles, exponiéndose al riesgo de violencia física y de abusos sexuales, y también a ser acusadas de brujería, cuando sólo necesitan amor y cuidados. Me conmovió lo que me dijiste tú, Tekadio, que a causa de la lepra te sientes aún hoy, en el 2023, "discriminado, observado con desprecio y humillado", mientras que la gente, con una mezcla de vergüenza, de incomprensión y de miedo, se apura a limpiar incluso ahí por donde pasó simplemente tu sombra. La pobreza y el rechazo ofenden al hombre, desfiguran su dignidad; son como ceniza que apaga el fuego que se lleva por dentro. Sí, cada persona, en cuanto creada a imagen de Dios, resplandece con un fuego luminoso, pero sólo el amor quita la ceniza que lo cubre. Sólo devolviendo la dignidad se restituye la humanidad. Me ha entristecido escuchar que también aquí, como en muchas partes del mundo, niños y ancianos son descartados. Además de escandaloso, esto es nocivo para la sociedad entera, que se construye precisamente a partir del cuidado de los ancianos y de los niños, de las raíces y del futuro. Recordemos que un desarrollo verdaderamente humano no puede estar privado de memoria y de futuro.
Hermanos, hermanas, hoy quisiera compartir con ustedes y, por medio de ustedes, con los numerosos operadores de bien en este gran país, dos preguntas. En primer lugar, ¿vale la pena? ¿Vale la pena comprometerse frente a un océano de necesidades en constante y dramático aumento? ¿No sería trabajar en vano, además de ser muchas veces desalentador? Nos ayuda lo que dijo sor María Celeste: "A pesar de nuestra pequeñez, el Señor crucificado desea tenernos a su lado para sostener el drama del mundo". Es verdad, la caridad sintoniza con Dios y Él nos sorprende con prodigios inesperados que se realizan por medio de quien ama. Sus historias son ricas de acontecimientos impresionantes, conocidos por el corazón de Dios e imposibles para las solas fuerzas humanas. Pienso en lo que nos contaste tú, Pierre, al decir que en el desierto de la impotencia y de la indiferencia, en el mar del dolor, junto con tus amigos, descubriste que Dios no los había olvidado, porque les envió personas que no se dieron la vuelta cruzando la calle donde estaban. Así, en sus rostros ustedes descubrieron el de Jesús y ahora quieren hacer lo mismo por los demás. El bien es así, es difusivo, no se deja paralizar por la resignación ni por las estadísticas, sino que invita a donar a los demás cuanto se ha recibido gratuitamente. Se necesita que principalmente los jóvenes vean esto: rostros que superan la indiferencia mirando a las personas a los ojos; manos que no empuñan armas ni manipulan dinero, sino que se extienden hacia quien está en el suelo y lo levantan a su dignidad, a la dignidad de hija e hijo de Dios.