Para afrontar los problemas de esta nueva fase histórica, para hallar soluciones efectivas y encontrar la fuerza para aplicarlas, hay que aumentar la colaboración positiva de las fuerzas políticas, económicas, sociales y espirituales; es necesario caminar juntos y decidirse todos con convicción a no renunciar a la vocación más noble a la que un Estado debe aspirar: hacerse cargo del bien común de su pueblo.
Caminar juntos, como forma de construir la historia, requiere la nobleza de renunciar a algo del propio punto de vista, o del interés personal específico, en favor de un proyecto más amplio, de tal manera que se pueda forjar una armonía que permita avanzar con seguridad hacia metas comunes. Esta es la nobleza de base.
De esta manera es posible construir una sociedad inclusiva, en la que cada uno, poniendo a disposición sus propios talentos y capacidades, con educación de calidad y trabajo creativo, participativo y solidario (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 192), se transforme en protagonista del bien común donde los más débiles, los más pobres y los últimos no sean vistos como indeseados, como obstáculos que impiden que la "máquina" camine, sino como ciudadanos y hermanos para ser plenamente insertados en la vida civil; es más, sean considerados como la mejor verificación de la bondad real del modelo de sociedad que se está construyendo. De hecho, cuanto más una sociedad se responsabiliza del destino de los más desfavorecidos, tanto más puede llamarse verdaderamente civil.
Todo esto debe tener un alma y un corazón y una clara dirección de marcha, que no esté impuesta por consideraciones extrínsecas o por el poder desenfrenado de los más importantes centros financieros, sino por la conciencia de la centralidad de la persona humana y sus derechos inalienables (cf. ibíd., 203).