En ese sentido, el Papa explicó que "la fe de Bartimeo trasluce de su oración. No es una oración tímida y convencional. Ante todo, llama al Señor 'Hijo de David', es decir, lo reconoce Mesías, Rey que viene al mundo".
"Después lo llama por su nombre, con confianza: 'Jesús'. No tiene miedo de Él, no se distancia. Y así, desde el corazón, grita a Dios amigo todo su drama: '¡Ten piedad de mí!'. No le pide una dádiva como hace con los viandantes. A Aquel que puede todo pide todo: 'Ten piedad de mí, de todo aquello que soy'. No pide una gracia, sino que se presenta a sí mismo: pide misericordia para su persona, para su vida. No es una simple petición, pero es muy bella, porque invoca a la piedad, ósea a la compasión, a la misericordia de Dios, a su ternura".
"Bartimeo no usa muchas palabras", continuó su enseñanza el Pontífice. "Dice lo esencial y se confía en el amor de Dios, que puede hacer volver a florecer su vida cumpliendo aquello que es imposible a los hombres. Por esto no pide al Señor una limosna, sino manifiesta todo, su ceguera y su sufrimiento, que iba más allá del no poder ver. La ceguera era la punta del iceberg, pero en su corazón había otras heridas, humillaciones, sueños rotos, errores, remordimientos".